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Columbus

Hammock
     
Año:   2017
Sello:   Hammock Music
Edición:   Digital
Nº Tracks:   16
Duración:   45:24
     
Ficha IMDB
Web del Compositor
 

 

Reseña por:
Fernando Fernández

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1. Pei (3:53)
2. Meier (2:20)
3. Venturi (2:23)
4. Eliel (4:19)
5. Eero (2:23)
6. SOM (3:00)
7. Berke (1:38)
8. Polshek (1:47)
9. Warnecke (2:39)
10. Birkerts (1:15)
11. Weese (4:49)
12. Goldsmith (2:22)
13. Roche (1:39)
14. Valkenburgh (4:13)
15. Jimenez (2:30)
16. Saitowitz (4:20)

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«Meier»

 

«Polshek»

 

«Valkenburgh»

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Poco, el intento de querer variar estilo en un tono limitadísimo de movimiento.

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El no sentir o escuchar nada que aporte algo más a la película.

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El intento de incluir elementos acústicos que humanicen o acerquen la música, como la melodía de guitarra acústica en “Meier” o esas notas de piano de “Valkenburg”.

Cuando la música es tan entretenida… como mirar secarse la pintura

Toca de vez en cuando cambiar el tercio sobre lo que los aficionados consideran la clásica música para cine. Especialmente desde el gran desarrollo del cine independiente americano se produjo la aparición de un nuevo estilo de narrativa audiovisual. Una ampliación del espectro cinematográfico, muy influenciado por las corrientes estéticas y de estilo que iban apareciendo en otras corrientes artísticas como la música, la fotografía o la pintura. Algo que tiene su lógica, pues desde el inicio de los tiempos se han ido produciendo variaciones en los gustos y estilos de todas las artes según han ido pasando los años. Por supuesto que otra cuestión es que sea mayoritario o no, o que nos guste más o menos. Es como cuando uno se acerca, sin ser experto, a una exposición de arte moderno. A veces nos encontraremos con elementos que nos llaman la atención y en otras ocasiones nos quedamos con la sensación de que nos están tomando el pelo. Pues el cine tiene algo parecido.

El cine independiente ha permitido que la manera en que se cuentan las historias se encuentren incluso más influenciadas por otras corrientes artísticas que por el propio cine en sí. Y eso ha traído maneras como mínimo interesantes, y desde luego muy diferentes a lo que es el cine más clásico de puro entretenimiento. Y si esto ha afectado al cine, la música no podía ser menos. El resultado en mi caso ha sido que en ocasiones me he sentido sorprendido por lo efectivas que han resultado ciertas técnicas o maneras de contar historias no demasiado profundas. Pero hay muchos otros casos en que dichas técnicas y estilos me han sobrepasado. Incluso aunque les tenga que reconocer su cierto sentido original y diferente, no me consiguen llegar. Principalmente porque me cuesta encontrarle el sentido a por qué se han resuelto de esa manera, como si existiera un propósito de no querer hacer las cosas fáciles y uno se quede con esa sensación de “pedantería” por parte del artista. Yo es que siempre he sido más simple que el mecanismo de un botijo, para que negarlo. Pero no me disgustan los retos, independientemente de que consiga entrar en ellos o no. Lo que si me disgusta es quedarme con la sensación de que la partida estaba amañada desde el inicio.

Esto es lo que ocurre con Columbus, primera película dirigida por Kogonada, con un claro carácter artístico e independiente. Sus elementos cinematográficos son claros y sencillos, la trama no es compleja, e incluso las emociones que no se muestran, tanto de historia como de personajes, son claras de entender. Y hasta aquí comprendo su cierto éxito de crítica especializada. El problema es que parece querer complicar demasiado las cosas intelectualmente cuando no hay necesidad alguna de hacerlo. Básicamente, nos narra una de esas clásicas historias de relaciones complicadas modernas. En este sentido la película juega a desarrollarlas a varios niveles, convirtiéndose en uno de los puntos más inteligentes e interesantes de su narrativa. Tenemos entonces:

  • la relación de la pareja protagonista entre ellos, clásico elemento de historia sobre… ¿evolucionará la relación personal?, ¿no?… ese tipo de cuestiones
  • complicado por la relación de cada uno de ellos, independientemente, con una segunda persona… ¿cuál es la relación ideal, esta o la anterior? ¿Qué es lo que sacan de cada una?
  • complicado aún más, por la relación que les ata (por compromiso) con uno de sus padres… ¿tienen la obligación de estar siempre a su lado?

Y todo esto, interesante de por sí, por las múltiples dinámicas y posibilidades que se dan al mezclarlo todo, influido por la relación que tienen los protagonistas (y el resto) con la ciudad de Columbus, Ohio, una ciudad que cuenta con una más que interesante colección arquitectónica moderna que le da un carácter muy especial y atractivo. Especialmente a los que les guste ese estilo seco y monótono similar al Bauhaus alemán. Muy reforzado por la más que interesante manera en que utiliza dicha arquitectura, para rodear e influenciar a sus protagonistas. Por un lado ese tono frío, distante, lleno de líneas rectas, cristales y cementos que caracteriza ha dicho estilo, que se convierte en el tono vital de sus personajes y que impregna sus vidas allí. Y por otro porque esas influencias arquitectónicas son una pasión y vía de escape y de unión entre ellos.

Antes de que alguien empiece a preguntarse si esto es una reseña de la película en vez de la banda sonora, explico el porqué de este prólogo. Primero porque es una película que dudo que mucha gente termine por ver. Y segundo, porque quiero dejar claro que,  independientemente de que guste más o menos su estilo de narrativa (que yo definiría como casi gélido), hay multitud de elementos emocionales y personales que pueblan la historia dando infinitas posibilidades musicales a la trama. Incluyendo el puro silencio.

Aquí es donde entra Hammock, los responsables de su banda sonora. Se trata de un proyecto de los músicos de Nashville, Marc Byrd y Andrew Thompson. Una banda con bastantes años de experiencia que se mueve claramente en ese género que se denomina “ambient”, post-rock (manera de definir un estilo de música que utiliza desarrollos de rock para presentarlos de la manera más anti-rock posible) y la música clásica moderna. Y no, no es diseño de sonido. Eso es otra cosa (aunque mucho “crítico” no se canse de utilizarlo ahora con bandas sonoras como Blade Runner 2049 o Dunkirk). Es un estilo de música que busca crear una música sencilla y funcional, muy desnuda, pero que intenta resonar con emociones sinceras y, a menudo, desgarradoras.

Aquí viene el problema. Si tenemos ya una narrativa cinematográfica que contempla e intenta reflejar específicamente eso… ¿qué sentido tiene una música que busca exactamente lo mismo? Pues ya os lo digo yo, es como seguir pegándole martillazos a un clavo cuando ya está dentro de la pared: excesivo. Lo cual es una pena porque, aunque yo no soy ningún amante de dicho estilo de música, sí que puede aportar ese toque diferente, adicional o interesante a una película. Especialmente a una con tantas posibilidades emocionales internas, no expresadas abiertamente como Columbus. Porque es lo que encontramos en su banda sonora, más de lo que ya estamos viendo y sintiendo con la película.

Hammock además utiliza, en este caso, un ambient minimalista. Cercano tal vez al estilo arquitectónico de la ciudad y reflejando, en cierto sentido, las emociones que edificios y construcciones de Columbus pueden transmitir. Algo que los títulos de los temas parecen insinuar, ya que se trata de los nombres de diversos grandes arquitectos que han realizado esos diseños y construcciones que pueblan la ciudad. Pero es que eso ya lo transmite la propia fotografía, muy atractiva en ocasiones. Es como si a una bebida ya congelada de la nevera, le aplicases nitrógeno líquido. Todo aún más frío, lo cual no ayuda precisamente a identificarse con nada ni nadie en la historia. Especialmente algunos temas que simplemente ofrecen un tono base sobre el que se van produciendo variaciones de intensidad de manera repetitiva. Con un ritmo casi similar al que nos proporciona estar mirando las olas ir y venir en la orilla. Eso es lo que vamos a sentir en “Pei”, “Berke”, “Warnecke”, “Jimenez” o “Saitowitz”. Dicho tono además de frío y monótono, es bastante grave. Por lo que la sensación es realmente deprimente. Incluso oscura en alguna ocasión. Para daros una idea, me venía a la mente la música de Twin Peaks, pero no sus archiconocidos temas principales, sino con la que se presentaban diversas imágenes de la ciudad y sobre todo sus bosques. Esa es la impresión que queda.

En ocasiones las piezas sí que parecen estar más trabajadas y con mayor complejidad de producción. Con múltiples capas de sonido que crean aspectos más completos, aunque de similar estilo, musicalmente hablando. “Eero” incluye unas claras notas de bajo y guitarra eléctricos, distorsionados electrónicamente que dan cierto carácter. O “SOM” cuyo pulso adquiere una especie de carácter de latido repetitivo, junto a pequeñas notas brillantes que le proporcionan cierta sensación de vida a la música. Un estilo que también apreciamos en “Polshek” o “Goldsmith”, pero sin que en absoluto varíe el tono general que estamos escuchando en la banda sonora.

Sólo en momentos puntuales la música parece acordarse de que también hay protagonistas humanos en la historia. Para ello introduce elementos, notas o pequeños motivos melódicos que le dan un color muy diferente a esas piezas. La más destacada probablemente sea la melodía de guitarra acústica que podemos escuchar como centro de “Meier”. Y también las tres delicadas y brillantes notas de piano repetidas que van surgiendo en “Eiel”. Unos añadidos que luego utilizan de modo más efectista en “Roche”, con las distorsiones de guitarra incorporando su cierto tono a la música, y “Valkenburg”, con unas notas de piano que quedan repentinamente suspendidas (¿congeladas?) hasta que agotan su fuerza. Pero el tono general no varía demasiado durante los 45 minutos de duración de la banda sonora.

En resumen, una música que puede hacer las delicias de los seguidores de la música ambient, pero que desde luego, especialmente por las aportaciones que hace a la película, dudo que consiga ganarnos como adeptos en absoluto. Yo soy el primero que cree en las posibilidades de la electrónica y del trabajo acústico que pueden proporcionar otros estilos musicales. Incluso los más experimentales. Pero este no es uno de ellos. Todos los elementos en un proyecto audiovisual deben sumar más de lo que aportan por separado. Pero en esta ocasión es como pintar una pared que acabamos de empapelar del mismo color. Y en una historia como esta, donde hay tanto que no se dice ni explicita, tenía muchas posibilidades de haber aportado más sensaciones y emociones. Llego a entender que no se quiera utilizar una música que pueda ser manipuladora en una historia de estas características. Pero este es uno de esos ejemplos que me suena más a un “miedo al silencio” por parte del director. Porque no hay nada que aporte la música, que no lo hagan otros elementos técnicos de la película. Hubiese sido mejor trabajar con los silencios en vez de con esto que sólo consigue ralentizar aún más el desarrollo de estas historias y dejarnos aún más fríos.