La enésima genialidad Spielberg-Williams |
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Todo empezó en 1974, cuando un Steven Spielberg de tan sólo 27 años llamaba a un ya veterano John Williams (42 años) para que escribiera la música de su primer largometraje para la gran pantalla: Loca evasión. El joven realizador estadounidense era un gran aficionado a la música de cine y uno de sus scores preferidos era el compuesto por Williams en 1969 para Los rateros, de ahí que desde entonces sintiera la necesidad de contar con su colaboración. Fue el inicio de una poderosa amistad que les ha llevado a trabajar conjuntamente en todas las películas de Spielberg hasta la fecha, a excepción de El color púrpura (Quincy Jones), El puente de los espías (Thomas Newman) y la próxima Ready Player One (Alan Silvestri).
Su último proyecto conjunto es The Post (Los archivos del Pentágono), película que narra la batalla periodística del New York Times y del Washington Post para sacar a la luz documentos clasificados de la Guerra del Vietnam, y que el gobierno de la administración Nixon evita por todos los medios que vean la luz obviando la primera enmienda de la constitución estadounidense.
La partitura de John Williams es un modelo de composición sobria, muy en la línea de otras bandas sonoras anteriores de carácter político o social como JFK (Caso abierto), Nixon, Munich o Sleepers, donde imperaban las tonalidades graves y muy moderadas que, en cierta manera, huían del subrayado previsible para centrarse en lo contenido como acompañante fiel de la acción.
Los archivos del Pentágono sigue dicho camino, dejando atrás los temas reconocibles tan afines a la filmografía de Williams, para decantarse por el trazo sutilmente fino. Aún así, su inagotable fuente melódica también tiene presencia en Los archivos del Pentágono pues, en el fondo, es muy consciente de que su estilo siempre ha venido marcado por la creación de motivos que representen el devenir no sólo de la historia sino, sobre todo, de los personajes, otorgándoles con ello una presencia más notable. Incluso coquetea con el jazz («The Oak Room», «Two Martini Lunch»), como si viajara en el tiempo a sus años de juventud creativa, muy al estilo Mancini, cuando este recreaba de este modo los momentos ambientados en bares o incluso los más íntimos.
La partitura se abre con el enigmático «The papers», que ya anuncia el rumbo de la obra, dibujando una línea melódica reiterativa que presenta las luces y las sombras de la oscura historia descrita en el filme de Spielberg. Con su siguiente tema, «The Presses Roll», que curiosamente se abre con un autohomenaje al central de Las brujas de Eastwick (todo compositor siempre alude a sus propios motivos musicales como referentes artísticos), Williams juega con la cuerda insistiendo en lo que caracterizará la partitura: la repetición como clave de la descripción de la trama.
El resto de la banda sonora, salvo el emotivo «Mother and Daughter», perpetúa la línea señalada, conformando una pieza orquestal de memorable solvencia y, sobre todo, de gran verosimilitud tonal. Confirma que John Williams es, ha sido y será uno de los compositores cinematográficos más dotados a la hora de aclimatarse a las historias a las que debe poner su grano de arena musical.
De todos los temas destaca por su brillantez y belleza formal el último, “The Court’s Decision and End Credits”, en el que el maestro neoyorquino destapa el frasco de sus inspiradas esencias con un motivo a modo de suite de más de diez minutos que muestra que la madurez es un punto muy a su favor.
LO MEJOR: El tema final.
LO PEOR: Que puede desconcertar a los que busquen orquestaciones más épicas.
EL MOMENTO: “The Court’s Decision and End Credits”.
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