Septembers of Shiraz

Isham no es muy dado a los recursos instrumentales étnicos en sus bandas sonoras, pese a que aquí casi parecía impuesto. Desplat sucumbió a esta tentación en Syriana o Argo, películas del mismo corte argumental que Septembers of Shiraz.

La música rompe todos los moldes en la primera escena (el verdadero MOMENTO, salvo por el hecho de que no con música del disco ni compuesta por Isham): plano general de Teherán y fiesta en el jardín de una familia rica, acaudalada, con el tema de los Bee Gees «Stayin’ Alive» de fondo… Parecería una escena escrita y dirigida por el mismo Paolo Sorrentino al albur de La grande bellezza; música disco en el jardín de un mercado persa…Pero el hechizo se deshace, se disuelve, en un ejercicio cinematográfico malogrado y con una banda sonora que salva los platos a duras penas.

El director Wayne Blair rescata para el cine un bestseller de Dalia Sofer sobre las vicisitudes de una familia judía de joyeros, en Teherán, sorprendida por la revolución de Jomeini en 1979. El protagonista (Adrien Brody) sucumbe a largos meses de detención, interrogatorios y torturas, toda vez que su esposa (Salma Hayek) trata de mantener a salvo su familia, su casa y su integridad física… Imágenes duras, un tono de suspense político mal trenzado, algo de épica en la huida final del país rumbo a Turquía y poco más.

Isham recurre a sonidos enlatados para los climas más tópicos y reserva una música sublime integrada por dos violonchelos (que interpretan Luka Sulic y Stjepan Hauser) para las escenas más intimistas, llantos silenciosos, impacto devastador. El compositor juega la carta de John Williams en Schindler’s List, elegía de cuerdas raspando la más sensible de las fibras, humedeciendo retinas y llevando la vibración a los labios del espectador/oyente.

En “Remembering Shiraz”, cuerdas, oboe y el dúo de violonchelos marcan la pauta elegíaca que se retrotrae en otros cortes como “Search, Torture”, “A Normal Day”, “Now It Is Your Turn” (atención al oboe), “Making a Withdrawal” o “Coming Home”. No obstante, se conoce que Isham no anda cómodo en ese tipo de scores. Su faceta más intimista, como compositor de bandas sonoras, respira mucho mejor en temas patrios, estrictamente norteamericanos. Las desventuras de un judío en Teherán le resultan algo abstractas, carentes de una línea de estilo identificativa.

Más cómodo se siente, por el contrario, en las largas secuencias de “Leaving Teheran” y “Crossing the Border”, con un ritmo más trepidante de intrigas, persecuciones, acción… Sus sintetizadores y un veterano uso de percusiones al estilo de hace dos décadas dejan entrever quién está detrás de la partitura y de dónde viene. Es en estas escenas donde mejor se adivina la mano de Isham, con buen oficio en las orquestaciones y la instrumentación de cuerdas, pero mejor registro aún en los sincopados registros electrónicos.

La experiencia de este trompetista de jazz discípulo de Miles Davis con el cine resulta envidiable: la compuesto bandas sonoras para Robert Redford, Brian de Palma, Sidney Lumet, Robert Altman o Werner Herzog. En los noventa firmaba partituras como churros, y ahora anda más parco. Parecía haberse desembarazado de lo más orquestal y caro para volver al laboratorio de teclados, asumiendo proyectos de menor presupuesto con las tablas de un gran experto; pero sigue abierto a todo y guarda muchos ases en sus mangas.

LO MEJOR: Isham aparcando el sintetizador y apostando por dos violoncelos a dúo.

LO PEOR: El montaje de sonido. Incluso en las escenas de acción, la música de Isham queda demasiado en segundo plano.

EL MOMENTO: “Remembering Shiraz”. Shiraz es lo que en lenguaje cinematográfico se llama un macguffin, algo que da título a la película y que a duras penas se evoca… Como el halcón maltés de The Maltese Falcon. Shiraz es un sitio donde los dos protagonistas se conocieron y se enamoraron. La escena se evoca sin recrearla y sin apenas mostrar nada del lugar (muy bonito, por cierto). Isham, con este tema, resume la fuerza emocional que une al cautivo joyero del Sha de Persia con su esposa. La sutileza musical toma forma de un recuerdo que la pantalla evita mostrar, un tema de amor casi subversivo.