Puro diseño de sonido ambiental |
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Es evidente que cuando algo se sale de lo convencional, en ocasiones se sale totalmente de lo convencional. Y este es uno de los mejores ejemplos que he visto y escuchado desde hace mucho tiempo. Hannibal es una de esas series que probablemente esté pasando más desapercibida de lo que se merece. Pero es que probablemente sea una de las series más arriesgadas y demenciales que hayan llegado a la televisión. Dedicarla a uno de los asesinos en serie más conocidos por el público, de por sí ya es un tema serio. Y probablemente todo el mundo se esperase algo más en una línea de thriller convencional. Pero estando de por medio en la dirección David Slade (Hard Candy y 30 Days of Night) y en la producción e ideas Bryan Fuller (responsable de algunas de las series más originales de la televisión como Dead Like Me, Pushing Daisies y Wonderfalls), el resultado no podía ser convencional.
Es una serie de estética muy especial y radical, donde el gore y la alta cocina tienen una presencia más que destacada. Una serie que pretende meternos en la mente de sus dos protagonistas principales y, por lo tanto, ver las mismas locuras que ellos ven en su cabeza. Una serie donde los silencios y lo que no se dice son casi más importantes que los diálogos. En resumen, una serie fuera de lo normal en muchos conceptos. Entre ellos el de la música. David Slade vuelve a contar con su colaborador habitual, el electrónico Brian Reitzell para componer la que probablemente sea la banda sonora más radical, dura y demencial que se haya compuesto nunca para televisión.
De primeras el concepto es complejo para ser representado musicalmente. Toda la música cae directamente en el más puro diseño de sonido y electrónica “ambient” que he escuchado en tiempos. Y cuando estamos hablando de casi cinco horas de música, editada en cuatro volúmenes (dos por cada temporada), estamos hablando de tener mucho aguante. Probablemente la música sea incluso dura para amantes de la electrónica. Ya no se trata simplemente de los silencios y del diseño de sonido que conforma buena parte de su duración, sino que incluso su presentación hace necesaria una predisposición muy especial para disponerse a escuchar estas bandas sonoras. Precisamente por ello he preferido hablaros de los cuatro volúmenes en una única reseña. Porque realmente es muy complicado no hablar de la música de la serie como un todo y un conjunto completo.
Es evidente, más si se sigue la serie, que la música no tiene ningún sentido fuera de la misma. Puede haber momentos puntuales que para los amantes de la electrónica y de la música de cine lleguen a ser atractivos e interesantes. Pero la partitura pierde totalmente el sentido en su presentación aislada en muchos momentos. Por comentar el más evidente, esa especie de motivo o sonido pendular y repetitivo que se identifica con el proceso en que Will se imagina a sí mismo dentro de la mente de un asesino, hace varias apariciones en la música aquí presentada. El más evidente es a mitad de “True Normand”. Pero después de la cantidad de tiempo escuchando la música, a menos que se sea un seguidor de la serie y que conozca la música, simplemente se trata de uno más de los múltiples efectismos utilizados por Reitzell en su composición.
Lo que aquí se nos presenta en estos cuatro volúmenes es sólo un extracto de todo el trabajo inmenso de Reitzell para la serie. Cada una de las piezas de cada volumen se identifica con el título de un episodio de cada temporada. Todos son referencias culinarias francesas (para la primera) y japonesas (para la segunda). Y en cada una, Reitzell ha realizado una selección de los sonidos y música utilizados en dicho episodio. Según comentarios del propio compositor, cada episodio contenía cerca de 40 minutos de música de media. Es decir, que el total de música y sonidos es superior a las quince horas para estas dos temporadas. Eso es algo que no todo el mundo puede decir a la ligera. Por ello también la presentación de la música, aunque pueda favorecer en cierta manera su escucha al estar más producida, pierde cualquier sentido de desarrollo, utilización de motivos o sonidos específicos y otros elementos que si cuentan mientras se sigue cada episodio. Aunque sea de manera muy subliminal y más manipuladora.
Además, técnicamente también hay que sumarles que Reitzell, Slade y Fuller diseñaron la música para ser reproducida en formato 5.1. Es decir, la direccionalidad y variación de su volumen e intensidad, son específicos para cada momento y para la imagen. Algo que queda mucho más limitado al tener que reconvertirlo a una escucha en estéreo convencional. Y como punto final, Reitzell improvisó buena parte de la percusión, ritmos y efectos, interpretándolos directamente según lo que le sugerían las imágenes que veía proyectadas en directo. Otro elemento más la adaptación y necesidad de seguir las imágenes, para realmente conocer el efecto y la función de la música dentro de la historia.
Los cuatro volúmenes siguen los mismos parámetros de la música. Principalmente música ambiental y atmósferas creadas sobre bases sintetizadas. En las mismas en ocasiones escuchamos instrumentos como violín, flauta, piano, clarinete o saxo. Pero nunca son utilizados de una manera convencional y melódica, sino que también se encuentran manipulados para adaptarse a las necesidades del compositor. La música es completamente fría, mecánica y desprovista de cualquier tipo de emoción en todo momento, lo cual la hace aún más difícil en su escucha aislada. Muchas de las piezas son simples variaciones en intensidad durante largos minutos. Incluso se agradecen la aparición de elementos percusivos de múltiples características, porque le proporcionan una vida muy necesaria al sonido.
De esta manera, evidentemente, la música es muy efectiva para la creación de suspense y una atmósfera malsana, extraña e incómoda. Pero poco más. Dicho esto, sí que es verdad que se aprecia una diferencia y evolución entre cada volumen de la música para la serie y la música que presentan. Los dos volúmenes de la primera temporada son, fácilmente, los más accesibles. El sonido “ambient” se mantiene más en el lado del suspense y el misterio. Con ello la música es muy atmosférica, en ocasiones demasiado como en “Sorbet”, “Oueuf” o especialmente “Roti”, llegando incluso a terminar convirtiéndose en música de fondo que pasa completamente desapercibida. En otras ocasiones, el sonido se enrarece y se torna más duro como “Amuse-Bouche” o “Entreé”, comenzando la incorporación de chirridos y efectos más incómodos.
La sensación general es que la música va tornándose progresivamente más dura y violenta, más agresiva. Lo cual, y siendo sinceros, hace que gane bastante más interés. Ya en el mismo, segundo volumen se aprecia fácilmente ciertos sonidos y percusión, tratados electrónicamente adquiriendo una característica como liquida (“Roti”) o incluso de insectos (“Relevés”). Pero lo curioso es que también comienza a añadir momentos al inicio o final de las piezas con sonidos y melodías más accesibles. Especialmente destaca la utilización de las Variaciones Goldberg de Bach (muy reconocibles) cuando aparecen en los episodios, que marcan un contraste brutal, con la aridez del resto de la música. Es un efecto que Reitzell utiliza bastante, incluso con piezas operísticas retocadas electrónicamente (el comienzo de “Sorbet”)
Cuando llegamos a la música de la segunda temporada, desde el inicio se aprecia la variación de la fuerza e intensidad en la música. La vertiente japonesa de la banda sonora es tremendamente agresiva. Mucho más cargada de percusión y efectos. No quiere decir que no siga habiendo atmósfera y efectos (que los hay y mucho), pero hay muchísima más carga emocional, sólo por el hecho de la fuerza que se aprecia. Desde el comienzo de “Kaiseki”, con esa percusión en bloques de madera, claramente improvisada e irregular la sensación es muy diferente. Esta música sí que es más fácil etiquetarla de similar en momentos a la música concreta, con ese uso de los ritmos y extrañas percusiones, junto a efectos de agua corriendo y otros similares. Curiosamente los títulos japoneses me han traído a la mente alguna banda sonora que utilizaba recursos similares a esa percusión en madera y compuestos por el maestro Toru Takemitsu. Y no me extrañaría que hubiese sido parte de inspiración en estas piezas.
Pero además, la música gana mucha más densidad y carga. Su presencia es mucho más evidente que en la primera temporada, con momentos que pasaban totalmente desapercibidos. Aquí además los efectos son mucho más prominentes. Pero el problema es que dichos efectos son parte importante de las imágenes que acompañan y que aquí, fuera de contexto, pierden todo su sentido. También sigue utilizando las piezas clásicas (parte de la personalidad de Hannibal), pero tratándolas y desmontándolas electrónicamente (como en “Futamono”), llegando incluso a convertirlas en desagradables e inquietantes. El problema también es que es en los volúmenes de esta segunda temporada es donde se aprecia mucho más el estilo de improvisación de Reitzell, muy cercano al ritmo en que ocurren los sucesos en pantalla. El más evidente es la brutal “Tome-Wan”, que es la música que acompaña a uno de los momentos más espectaculares y sangrientos de la serie, cuya música está íntimamente ligada al ritmo en que se va produciendo el mismo.
Un ejemplo final más de la unión tan fuerte entre esta música y las imágenes de esta serie. Es la música del episodio final. Es la única que se encuentra presente en dos suites completas en el último volumen (“Mizumono” y “Bloodfest (From Mizumono)”). Son prácticamente 20 minutos de asalto completo a los sentidos en el que hay dos elementos claramente identificativos: el sonido de dar cuerda, del timbre y del “tic-toc” de un reloj marcando la cuenta atrás para su final, y la utilización del “Aria” de las Variaciones Goldberg, completamente adaptada electrónicamente, pero que se convierte probablemente en la pieza más accesible y normal, dentro de las casi cinco horas de música de la serie que se incluye en estos discos.
En resumen. Una música que no es para nada para todos los gustos y que en su escucha aislada pierde prácticamente la totalidad de su sentido. Como música además, totalmente desprovista de emoción en su mayor parte buscando meternos en el mundo sensorial tan especial de sus protagonistas. Fría, atmosférica y muy árida. Pero que sin embargo es pieza clave para el funcionamiento de una serie tan especial y espectacular como es Hannibal. Ahora queda la eterna dicotomía de estas reseñas: ¿Qué es lo que valoro? Personalmente, aquí no estoy realizando un estudio o crítica de la serie en sí misma, si no de la publicación de la banda sonora. Por ello, seguro que los amantes del sonido “ambient” más radical y oscuro encontrarán momentos que les guste. Pero incluso para ellos será difícil disfrutar de toda esta música. Y para los que no somos seguidores de este estilo, no tengo que decir mucho más. Eso sí, el trabajo técnico de Reitzell en esta banda sonora y en esta edición es de alabar. No será para todos los gustos, pero como experiencia sensorial diferente y radical, es antológica.
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