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Todos los comienzos son ilusionantes. Y más cuando suponen un regreso.

Pasaban ya varios meses, tal vez años, desde que mi implicación con la casa que me introdujo en esto de la música de cine, BSOSpirit, era simplemente anecdótica. Alguna votación de bandas sonoras. Alguna reseña reciclada. Pero poca cosa más.

Mi vida había estado inmersa en temas estrictamente profesionales y todos tenían que ver con el Festival de Música de Cine que desde la Asociación se ha organizado.

La vida te marca unas pautas y unos caminos que muchas veces no esperas. A veces para bien, otras para mal. Y esto hace que te replantees muchas cosas. Y que, sobre todo, planifiques cuales son tus preferencias y cuál es la dedicación que quieres aplicar a las mismas.

Después de un año de ser padre, tengo claro cuál es mi prioridad absoluta y cuál es mi proyecto más personal a fecha de hoy: mi familia.

Esta tranquilidad que ahora me pretendo, con una restricción bastante radical de redes sociales (algunas no dejan de ser un auténtico patio de vecinas donde se confunden conceptos de amistad y donde cualquiera parece tener la capacidad de saber de lo que se está hablando, algo que dista mucho del concepto muy mal empleado de “libertad de expresión”), me empuja a potenciar esa posibilidad, que bien trasladaré a los que quiero, a través de aquello que me hace feliz.

Dedicar mi poco tiempo a mis aficiones. Aquellas que me vuelvan a hacer vibrar tal como lo hacía hace años la música de ciertos compositores, algunos, tristemente desaparecidos.

Es ahí cuando parece claro que mi primer editorial -una idea que me apetece ir llevando periódicamente sin una cadencia determinada y solo según me vaya pidiendo el cuerpo- tenía que dedicarla a uno de estos compositores que tanto han aportado, no ya a mi afición, sino también a mi vida personal.

James Horner nos dejo el pasado 22 de junio. Un día totalmente nefasto, que a más de uno nos pilló de forma inesperada. James vivió conmigo desde hacia 32 años. Bueno, su música. Desde aquel momento que entré en el cine de mi pueblo, aquel que daban en la Fiestas de San Miguel, donde disfrutaba de películas de la talla de El Cristal Oscuro o Krull.

James parecía un pupilo aventajado de nuestro dios, John Williams. El portador de la fuerza y la magia que en los ochenta impregnaba absolutamente todo.

altLa música de Krull era una verdadera bestialidad. Una fuerza de la naturaleza musical que impregnaba la resultona película de bajo presupuesto con un sinfonismo desatado y con un tema principal que quedaría en el recuerdo como uno de los mejores que su compositor escribió durante su fértil carrera.

Una cinta grabada, por una cara con la banda sonora de Conan, el bárbaro, de Basil Poledouris, y en otra con Aliens (El regreso), de James Horner,  supuso un demoledor golpe a mi vida. Ya no sería la misma. A partir de ahí descubriría que las bandas sonoras de mis películas favoritas estaban editadas en CD y que podía disfrutar de ellas una y otra vez sin necesidad de quemar esos cassettes piratas, aparte de mejorar la experiencia sonora. Solo me faltaba dinero.

Aliens (El regreso)es a día de hoy una de mis películas favoritas, y su banda sonora, la perfección de la música de acción compuesta por James Horner. Un antes y un después que no seria superado en este tipo de películas y que tenia su punto álgido en “Bishop’s Countdown”.

Aunque Cocoon se estreno antes, no pude verla hasta pasado bastante tiempo, después de Willow. Vivir en un pueblo como Úbeda no ayudaba a estar al día en cuestiones cinematográficas, pero sí a sentirse en cierta forma conectado a aquellos jóvenes protagonistas de películas ochenteras, que vivían en pueblos americanos y disfrutaban de fantásticas e inimaginables aventuras.

altRetomando esa maravilla que es Willow, mi conexión con esta película y su banda sonora, se producía gracias a una extraña y enigmática atracción. La tipografía de su titulo. Las imágenes de su tráiler. Y posteriormente la música del maestro, con ese emotivo y evocador tema para Elora Danan o el épico y heroico para Madmartigan. Willow suponía una importante revisión y actualización del sonido desbordante y arrebatadamente épico que el compositor había creado para Krull. Una sinfonía que no escondía sus importantes influencias clásicas, y tampoco enmascaraba -como nunca lo hizo- su tremenda y persistente personalidad.

Aunque en estas dos grandes bandas sonoras el compositor dotaba a ciertos personajes de bellos y delicados leitmotivs, a Horner aún le quedaba mucho por decir sobre cuál seria su arma más definitiva. Mi anteriormente comentada Cocoon empezaba a añadir un giro a esa magia que impregnaba cada nota de sus composiciones. Un giro a lo delicado y humano. Algo que ya palmábamos con Elora Danan, aparte de ese toque étnico que también pobló alguna de sus composiciones más recordadas. Cocoon supuso el E.T. de Horner, su nueva aproximación a los caminos del dios de la música de cine, con una perfecta construcción de sus motivos y perfecta sincronía con los momentos climáticos de sus imágenes.

Pero fue en 1987 cuando ya podía considerar a Horner uno de mis compositores favoritos. Parecía estar allí donde iba. Relacionado con mis películas favoritas o aquellas que despertaban en mí más interés. Fue el caso de un cine de verano y una película sorprendente, cuyo planteamiento y argumento desconocía antes de su estreno (lo bueno de ese tiempo pasado, en el que uno podía llegar virgen a ver una película). Con claras conexiones con Cocoon. Era Nuestros maravillosos aliados. Fue la vuelta a unos sonidos mágicos y delicados, llenos de sensibilidad, pero incluyendo algo que no había observado en el compositor hasta ese momento: su amor por los sonidos clásicos de la big band. Una banda sonora menor del maestro, pero calificada de uno de los pocos santos griales que aún no han sido relanzados en una edición discográfica adaptada a estos tiempos digitales (tal vez sea el momento).

A partir de ese momento Horner no pararía de acaparar mi atención con bandas sonoras de la talla de Tiempos de gloria (mil veces empleada en montajes gráficos relacionados con el deporte), Campo de sueños (que he ido disfrutando aún más con el paso del tiempo y es una de mis cinco bandas sonoras favoritas del maestro), Rocketeer (una obra maestra, bastante bien valorada por el fan de la música de cine, a pesar de que la película no ha transcendido en el tiempo), Te amaré hasta que te mate (una obra atípica que nos aportaba un Horner diferente y que demostraba la versatilidad del compositor y su buen toque también para el genero cómico) o The Sneakers, Los fisgones (una BSO que adquirí de saldo y que planteó unas sonoridades totalmente novedosas en la carrera del compositor, que volvería a utilizar en bandas sonoras como En busca de Bobby Fisher, El hombre bicentenario o Una mente maravillosa).

altPero mi concepción de uno de mis compositores favoritos a convertirse en uno de los más determinantes y con voz más personal y decidida de los que ha dado este mundo de la música de cine, ocurrió a partir de 1994, con una de sus obras más influyentes en la carrera que le seguiría: Leyendas de pasión. Una obra maestra melódica, que marcaba las pautas de la que es para muchos su mejor obra (y una de las más conocidas): Braveheart. Ambas obras gemelas, con múltiples conexiones, suponían el nuevo Horner épico, pero con importantes elementos dramáticos. Aquí ya no vivíamos las aventuras tipo serial de Krull o Willow. La composición perdía en parte esa magia tan tangible para abrazar el romanticismo más intenso, con áreas dramáticas que supondrían la piedra angular de la fecunda creación del compositor.

Que Braveheart no se llevase un merecido Oscar de Hollywood y sí lo hiciese Titanic, una obra posterior con claros elementos deudores de la historia dirigida por Mel Gibson, no resta maestría a la composición de Horner para esta nueva colaboración con James Cameron. Para mí fue un reencuentro con el mejor compositor de música de cine para espacios románticos. La magnifica canción interpretada por Celine Dion, olía a megahit (y también a Oscar) desde su primera audición, y la atractiva unión de ritmos electrónicos con los más clásicos de los sonidos Horner ayudó a convertir Titanic en su obra más conocida (y reconocida). También una de mis favoritas.

Después de esta madurez en la composición, al maestro solo le quedaba disfrutar de lo conseguido y aprendido. Es sorprendente que un hombre de su edad consiga esa situación tan codiciada por cualquier creativo, pero en el caso de Horner se justifica con una producción realmente intensa durante toda su vida profesional, capaz de equipararse a la de otro dios de la música de cine: Ennio Morricone.

altAsí que después de Titanic presentó bandas sonoras que siguieron despertando en mí un importante interés, como la maravillosa La máscara del Zorro, una vuelta a la épica aventurera más desenfrenada y sinfónica, que marcaron sus puntales en los ochenta, la emotiva y maravillosa Latormenta perfecta, la oscura y minimalista Misteriosa obsesión; Troya (que tuvo que realizar en muy poco tiempo y que, a pesar de haber sido menospreciada por el aficionado a favor de la maravillosa banda sonora rechazada que compuso Gabriel Yared, me parece muy interesante y con momentos brillantes); la original y hasta cierto punto, nueva vuelta de tuerca a su personal estilo, Apocalypto; Avatar, tal vez no tan brillante como se esperaba al ser una nueva colaboración con James Cameron, pero muy efectiva con las imágenes, y con una perfecta fusión con la electrónica, o The Amazing Spider-Man, capaz de no hacernos echar de menos las excelentes composiciones de otro genio coetáneo, Danny Elfman.

altComo veréis, he dejado de lado todas sus composiciones para el género de animación. Mis gustos tiran más hacia la épica y menos a ese tipo de películas “para toda la familia” que el compositor siempre ponía en su punto de mira. Pero claro, uno evoluciona, madura, crece y tiene hijos, y empieza a tararearle a su hija “Somewhere” de Fievel y el Nuevo Mundo. Es cuando me queda meridianamente claro que es mi momento para refrescar aquellas magistrales composiciones para este tipo de películas. De la comentada Fievel y el Nuevo Mundo, pasando por su secuela Fievel va al Oeste, la magistral En busca del Valle Encantado, la olvidada pero muy destacable El guardián de las palabras, o Balto, la leyenda del perro esquimal con uno de los mejores temas principales que recuerdo para una película de animación.

Sé que con su perdida ya no escucharemos sus nuevas obras, a buen seguro algunas maravillas que le empujarían a dar de nuevo un giro musical a su carrera. Eso ya nos quedará como un imposible. Pero gracias a este nuevo ejercicio de ver sus obras como si fuese la primera vez, a través de los pequeñitos oiditos de mi hija, sé que el maestro estará más vivo que nunca en mi vida.

Vivo, con su magia, su sensibilidad y con esa pizca de alma que nos dejó tocados para siempre.

Gracias Maestro.