Ejecución plástica, pragmática y perturbadora |
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Cinta independiente, culta, enigmática, pausada y directa. Mark Korven, el autor canadiense de la fantástica Cube (1997), nos deleita con una partitura experimental, desgarradora, tal como si los gritos sutiles de las sombras del mal acudieran hasta el espectador con intenciones nada fastuosas y sí, por el contrario, tintadas de evolución terrorífica. Lejos de la composición fácil, Korven fabrica una paleta de colores musicales secundarios siempre, a veces de escasos segundos y en todo momento como apoyo a una historia narrada con paciencia.
Si escuchamos sin pausa el tema de inicio del filme (“What Went We”) y el final (“Standish”), siendo el primero de Korven y el último de música tradicional renacentista, nos daremos cuenta del trabajo de estudio que los compositores llevan a cabo cuando forman la estructura de una buena banda sonora, siempre guiados por el director. El músico, de su mano, introduce la historia en una época concreta, la del Renacimiento tardío, logrando un equilibrio armónico que finalmente cerrará la obra con las dos piezas no originales de época, incluso la cantada “Isle of Wight”, cuya voz podría introducirse sin ninguna dificultad en la pieza referida del artista canadiense que abre La bruja. A partir de aquí, un relato experimental, atonal y complejo (polifónicamente experimental), con prontas referencias corales a los aquelarres (“Banished”) o situaciones de impacto, pero siempre empastadas con el resto de los sonidos y en todo instante desarrolladas con progresión (“Hare in the Woods”).
Korven soluciona un posible problema inicial de manera nada sinuosa y casi sin darnos cuenta: la posible sobrecarga de la música referenciando la figura visible de la bruja, pasada buena parte de la historia, fluye y se abre al identificarse progresivamente con el resto de personajes y situaciones. Podremos comprender muchas cosas más finalizando el filme, ser conscientes de la proyección que el artista hace con sus notas hacia la escena final del aquelarre o la falta de un tema melódico principal asociado a la bruja, visible en fragmentos muy puntuales y difuminada como figura concreta al final. Inteligente propuesta del músico.
Las referencias en The Witch son evidentes, desde Bergman o Dreyer, pasando por The Village de Shyamalan, hasta la iconografía de Cristo o, en nuestro ámbito, partituras de conocidas bandas sonoras (The Omen, The Exorcist…) y, sobre todo, una ambientación muy cercana al gran recurso musical de Stanley Kubrick, una de las piezas clave de sus éxitos y que mejor supo trabajar para sus filmes: György Ligeti.
Concluyendo, partitura para minorías, compleja, progresiva y nada fácil de escuchar. Si estás radicalmente cerca de la música melódica y comercial, no te aproximes a la amenazante propuesta que comentamos. O sí, hazlo con precaución y, sin duda, podrás descubrir que en el mundo de la oscuridad nace el Arte. |
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