Ojo a este compositor: Gary Yershon. Pese a sus 60 tacos, sólo lleva siete películas en su haber (cuatro de ellas con Mike Leigh y recogidas en tan sólo dos discos) y no se ha comido una rosca. Conoce, eso sí, las virtudes del dramatismo musical a la perfección. No en vano proviene del exigente mundo del teatro clásico y el ballet en Inglaterra.
Me explico. La película que os reseño puede resultar un tostón para quienes aborrezcan la pintura inglesa o estén de Downton Abbey hasta la coronilla. La música de Yershon os puede sonar a un aburrido cuarteto de cuerda en el más puro estilo de Debussy; pero todo tiene su historia, su momento…
Venía yo un día de cenar con mi amigo Óscar y de comentarle una sensación espectral. Como si de una aparición se tratara, salvo que en música sola y sin ninguna imagen, se me había «aparecido» el fantasma del difunto Stanley Myers en forma de la banda sonora de una historia sobre J.M.W. Turner. Óscar me animó a que viera la película y reseñara después el contenido del disco, «siempre bajo lo percibido en el visionado de la cinta». Al principio, dudé. La música fantasmal de Mr. Turner me gustaba demasiado para disolverla en el contexto de una biografía algo espesa y excesiva… Turner tampoco era un pintor de mi predilección y a mí lo que más me cautivaba era el asombroso parecido entre las músicas de Yershon y Myers. Aun así, Óscar cree que el visionado de las cintas relativas a los discos que reseñamos suma puntos en su relato y, ahora, le doy toda la razón.
Antes de sacar punta a titulares tan atrevidos como definir a Gary Yershon como un nuevo Stanley Myers del panorama del cine culto del Reino Unido, me limitaré a delimitar un breve lienzo en blanco sobre el que trazaré algunas pinceladas. Para empezar: si os gusta Turner, la película os confirmará en vuestro gusto; y si no os gusta el pintor, ved la peli y os gustará.
Amar el ARTE en mayúsculas supone tener un gusto muy particular por los detalles, y Mr. Turner es como una tesis doctoral de un personaje, de una visión trascendental y de un periodo histórico. La película de Leigh se beneficia de unas interpretaciones bordadas, de una espléndida fotografía y de una extenuante labor por parte de Yershon a la hora de estudiar las músicas de Turner, su especial flaqueza por la ópera Dido y Eneas, de Henry Purcell, por las sonatas de Beethoven y por las gaélicas melodías que muchos violinistas de calle ensayaban entonces en lugares públicos a cambio de un plato de sopa, unos chelines o un cubo de agua fría y sucia sobre sus cabezas…
Yershon cuida la música hasta el extremo de hacer cantar a Timothy Spall como el mismísimo Tom Waits y desplegar un abanico de cuerdas y vientos en cada puesta de sol que sobrecogía a su personaje. No se trata ni mucho menos de divinizar a nadie, pero os confieso que he acabado hechizado por esta experiencia… Mr. Turner, un biopic viejuno e iniciático a la vez; fuerte como un whisky de sola malta sin hielo ni agua, suave como un atardecer de verano en la campiña inglesa.
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