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  To the Wonder

 
Hanan Townshend
     
Año:   2013
Sello:   Lakeshore Records
Edición:   Normal
Nº Tracks:   15
Duración:   56:31
     
Ficha IMDB
 
Web del Compositor
 
 

Reseña por:
Jordi Montaner

 
1. Awareness (2:43)
2. Parsifal: Prelude to Act One
composed by Richard Wagner (2:31)
3. Marina’s Theme / The Wildflowers (3:20)
4. Marina’s Theme / The Call (1:06)
5. Purity II (2:25)
6. Toil (5:37)
7. BWV No. 142 «Uns Ist Ein Kind Geboren»
composed by J.S. Bach (1:48)
8. The Bison (2:44)
9. Deception (5:02)
10. Peril (8:53)
11. Purity III (2:48)
12. Awareness / The Train (2:52)
13. Sweet Prospect
based on original hymn by William Walker (5:17)
14. Purity IV (2:57)
15. Marina’s Theme / Overture (6:28)
 
 

«Awareness»

«The Bison»

«Marina’s Theme / Overture»

 


Malick ha dado por fin con su “media naranja” musical…

…aunque no andaba buscando a un compositor, sino un ingeniero de sonido.


“Marina’s Theme”, una discreta cata de lo que daríamos en llamar el “Townshend style”.

BSOSpirit opina

Nota media: 6,00
 
Fernando Fernández (5), Asier G. Senarriaga (7), Óscar Giménez (6), Jordi Montaner (6)
 

 
Las amistades peligrosas
 

altPosible conflicto de intereses: soy fan de Malick, pero Hanan Townshend no me acaba de convencer… Se trata de un compositor, productor e ingeniero de sonido muy joven (26 años) al que, estoy seguro, queda aún mucho por contar. Sin embargo, empiezo por admitir que me suena demasiado impersonal, poco más que aquiescente.

Neozelandés formado en la Universidad de Texas y residente en Austin, Townshend decubrió bien pronto un filón en eso de poner música a las imágenes. Pese a su juventud, ha colaborado estrechamente con documentalistas como Drew Xanthopoulos, Nicolas Siegenthaler y Russell Bush, además de grabar tres álbumes de música instrumental esotérica por su cuenta y riesgo.

altUno de esos álbumes contiene una pieza, “Eternal Pulse”, que en su día cautivó al Malick más melómano y el director le pidió que colaborara con él en The Tree of Life. Para entonces, Desplat ya había compuesto una partitura que Malick había asumido con cierta resignación… Ocurre que Malick, la verdad sea dicha, es director, guionista, productor, fotógrafo y también músico. Para colmo, va siempre a la suya y no se deja convencer con facilidad. Diestros de las BSO como Morricone, Zimmer, Horner o Desplat, por no hablar de célebres polémicas con actores y actrices, sufrieron en sus carnes la humillación de que Terrence Malick dispusiera a su antojo del material proporcionado para un solo fin: la música, como las actuaciones, son mero aderezo de la belleza desnuda y esencia de cada escena planteada… Así las cosas, uno sabe de antemano que los únicos premios que pueden caer a sus películas se limitan a fotografía y realización.

Realizadores y músicos sólo comulgan en horizontal. Las enemistades de genios como Kubrick, Woody Allen, Carpenter o Tarantino con los compositores de repertorio se contraponen a la entente de otros como Hitchcock, Spielberg o Sergio Leone… No es una relación fácil, y sí muy comprometedora.

A vueltas con el drama musical

altEmpezó Richard Wagner acuñando ese término: drama musical. La música dejaba de ser sólo música para invadir otras categorías del arte o del espectáculo mucho más pretenciosas y, a su vez, regidas por reglas demasiado espurias para el disciplinado pentagrama.

La música emociona. Teatro y cine viven en una simbiosis descaradamente musical. La poesía del siglo XX no escapó tampoco a la tradición discográfica y la democratización de bandas sonoras al uso.

altLa música del cine no puede ser más que cine, pero tampoco menos que música, y siguen siendo tan excepcionales como sublimes los matrimonios perfectos entre ambas disciplinas artísticas.

Volviendo al caso que nos ocupa, Malick vio en el mejicano Emmanuel Lubezki a un fotógrafo afín a sus esotéricas ideas y, ahora, descubre en Townshend a la única pieza que le faltaba para cerrar su rompecabezas. ¿Los actores o los guionistas? Da igual, Malick sólo muestra; no explica ni dice. Su cine es masaje, no mensaje… ¡Y por Tutatis que masajea bien!

altNo era una sorpresa que la primera película de Malick, en 1969, no tuviera más música que la suya propia (y jamás editada)… Él se considera un discípulo de Brahms y Wagner… Le molaría colaborar con clásicos contemporáneos como Henryk Gorecki, pero ninguna productora americana ni europea avalaría semejante excentricidad, y ya no se estila componer sinfonías de exclusividad cinematográfica.

altTo the Wonder plantea una historia banal. Neil (Ben Affleck), es un vulgar norteamericano aspirante a escritor que viaja al Viejo Continente en busca de inspiración y conoce a Marina (Olga Kurylenko), una madre soltera. Se conocen, como no, en París y disfrutan de un momento de idilio en la isla francesa de St. Michel, reivindicando por encima de cualquier otra cosa esa sensación irreal, extática y subversiva de estar enamorados… No obstante, el pasado ata a los personajes; tanto como cuida el amor de desatarlo todo otra vez.  Neil ha dejado su país buscando una vida mejor, dejando atrás una serie de hechos dolorosos. Cree estar seguro de que ha encontrado a la mujer de su vida y le propone irse a vivir junto a su hija Tatiana (Tatiana Chiline) a los Estados Unidos. El drama está servido: una serie de circunstancias personales llevan a que otra mujer irrumpa con fuerza en su vida –Jane (Rachel McAdams), una vieja amiga de la infancia- y es entonces cuando ni la fotografía de Lubezki ni la música de Townshend consiguen cauterizar la herida… Malick no cierra nunca totalmente sus historias (en ésta, cosa rara, se esparce en menos de dos horas). Todo acaba sin moraleja, por más que cada uno trate en balde de romperse los sesos para buscar un sentido. Para Malick, nada tiene sentido; es su eterna fechoría con respecto al espectador. Nunca invita a pensar; sólo a sentir.

altLa música de Townshend sigue al dictado las instrucciones del realizador. Es la banda sonora más homogénea en toda la filmografía de Malick. Pero la música arriesga, cortejando el ridículo y el éxtasis en igual medida, anteponiendo el carácter arrebatador a cualquier otro detalle creativo.

La rapsodia del tándem Malick-Townshend no pierde la capacidad de emocionar; sin embargo, Morricone y Zimmer en su día también sorprendieron, ofrecieron una versión propia del mundo malickiano.

No indago en argumentos técnicos, tal vez exista una rítmica escondida y una estructura temática tras la fachada de To the Wonder. No es exactamente un bostezo, pero tampoco es más que un suspiro, una música más conmovedora que reflexiva, glacial y gris, bellamente vacía.

Todo aquí suscita poesía, se presta a insaciables goces sin trascendencia alguna. Somos todos singularidades en este casual certamen de la vida, vivimos buscando el confort de celestiales consuelos para el infortunio, grave y  lacónico, que Malick y Townshend tratan de hacer expansivo y elocuente.

altAtendidas las dificultades del asunto, los protagonistas transcurren ensimismados por fecundos manantiales de belleza en acentuado contraste con amenas y semivírgenes soledades. Diafanidad en las expresiones, más melodiosas que naturales, siempre al servicio de las prendas morales del realizador. Como siempre, en Malick, ráfagas brillantes, místicos idilios y un culto  exagerado al embeleso. Me refiero a que la indolente aquiescencia de Townshend para con el lenguaje malickiano de las imágenes da un carácter terso, diáfano a cada escena, prescindiendo de que el exceso del color perjudique la limpieza ideal del dibujo y el exceso de armonía confunda y ahogue las melodías… La belleza no es definible, lo bello no es analizable y sólo puede ser juzgado a través de impresiones. Como el poeta Longfellow, Malick abunda en esa oscura tristeza del vacío y anula la capacidad de la música para aquilatar el valor de las composiciones. La suya es una música de la versificación, que no diversificación.