Bien por Besson. El oscarizado biopic de la Thatcher se merecía un contrapunto de altura, un homenaje a la política en femenino, en el que las damas no acuden al hierro para gobernar, sino al candor.
La política y la inocencia están reñidas, no hay duda. Pero, ¿siguen habiendo líderes puros, políticos bienintencionados que antepongan el servicio de un pueblo a su propia vida? Alguno queda; o, mejor dicho, alguna.
Lejos, perdida en un hermético rincón del sureste asiático, Aung San Suu Kyi sigue bajo un arresto domiciliario, por más que el régimen militar de Myanmar se empeñe en hacer ver al mundo que oficialmente está libre.
En el siglo XXI parecería que plantear una lucha contra las violaciones de derechos humanos cometidas por regímenes autoritarios no vale lo que cuesta: millares de vidas humanas perdidas, muerte y dolor. Sin embargo, la historia de The Lady pone las cosas en su sitio, nos hace ver que la historia actual sigue teniendo sus mártires y héroes, valientes no necesariamente de sexo masculino, ni tampoco damas de hierro masculinizadas en el juego político. En este juego, de hecho, no gana quien tiene más pelotas, sino las ideas más claras.
The Lady retrata el gran dilema del héroe. Aung San Suu Kyi (Michelle Yeoh) estudió en Oxford, se casó con un catedrático, el profesor Michael Aris (David Thewlis), y consiguió un codiciado puesto de trabajo en la Secretaría de las Naciones Unidas. No obstante, decidió regresar a su Birmania natal para apoyar a la Liga Nacional para la Democracia, un partido fundado por su padre. Tocan a elecciones y Aung San Suu Kyi gana por goleada, pero en 1988 los militares se ponen firmes y deciden obviar el veredicto de las urnas, decretar un estado de sitio y encarcelar a “la dama” (the lady), tal como los birmanos llaman a la Suu Kyi.
Siguiendo las enseñanzas de Ghandi, la prisionera de conciencia aboga por una lucha pacífica contra los usurpadores del poder político, gesto que le vale el Premio Nobel de la Paz en 1991.
El principal mérito de esta película es el guión de Rebecca Frayn, la contención de los actores, la fotografía de Thierry Arbogast y la diestra dirección de Besson, a quien prueban mejor los conflictos del mundo real que los de universos imaginarios.
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Agitando el silencio
La película resiste innumerables paralelismos con The Killing Fields, de Roland Joffe. Una inmersión en una aventura humana trepidante en paraísos ocultos, escenarios de una gran violencia, de actos heroicos. La música de Eric Serra resiste también el paralelismo con la que Mike Oldfield planteó para The Killing Fields: recursos étnicos, sintetizadores y guitarras, discreto apoyo orquestal… La lástima es que cuando la película intercala secuencias con pasajes de música clásica, ésta desnuda la BSO y casi la ridiculiza. En The Killing Fields, basta un poco de Puccini para hacer trizas el clima sonoro de Oldfield (auxiliado por David Bedford); y, en The Lady, por más que Serra regrese al preciosismo de Le Grand Bleu, no puede competir con Mozart, cuya música arrebata y llena los espacios vacíos de la película.
Serra: El Oficial de la Orden
En origen, a Serra el cine ni fu ni fa. Cuando tenía cinco años, este enfant terrible del panorama melocinematográfico actual francés quería ser nada más y nada menos que Ritchie Blackmore (Deep Purple), un guitarrista de rock. Hijo de un compositor y arreglista de temas populares franceses, Serra se acercó al cine de la mano de Luc Besson.
John McTiernan también lo quiso para un Bond (Goldeneye) y para un remake de Rollerball, pero el planteamiento de Serra se dio de bruces contra los paisajes sonoros de Barry en Bonds anteriores o la liturgia de André Previn en el Rollerball original.
A sus 52 años, este guitarrista francés sigue en el panorama roquero apoyando instrumentalmente a gente como Youssou N’Dour, Dodou N’Diaye, Chrissie Hynde o Phil Collins. Su formación RXRA llena todas las salas de concierto en Francia con un funky instrumental original en su planteamiento. Pero la gallina de los huevos de oro de Serra fue su elaborada BSO para Le Grand Bleu. Aquella partitura le valió un César y la venta de tres millones y medio de discos. Sabe venderse bien, no hay duda. Incluso su vilipendiada BSO para Goldeneye cosechó la venta de casi un millón de discos en el país vecino… El Ministerio de Cultura galo lo nombró en 1989 Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, y en el 2005 lo ascendió a Oficial.
Gusta, se gusta, tiene un estudio de grabación propio, banda propia, mucho dinero y hasta una página web (www.ericserra.com), sólo faltaría que se contara, además, entre los compositores de cine más reputados.
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