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A veces los sueños se hacen realidad: la magia de John Williams en directo

Cumpliendo un sueño, New York, Lincoln Center, Williams, Scorsese, Spielberg

Cartel anunciadorPara cualquier aficionado a las bandas sonoras, pocas experiencias hay más gratificantes que la oportunidad de poder escuchar las piezas que uno tanto aprecia, interpretadas por una orquesta en directo. Si a ello se le une, además, la presencia del propio autor en calidad de director musical de la citada formación, la situación deviene inolvidable, dándose por enteramente bien empleado, todo esfuerzo económico, físico y mental, que hubiera sido necesario hacer con el fin de asegurar nuestra asistencia a dicho evento.

La fecha, 24 de abril de 2006. El lugar, el Lincoln Center de Nueva York. El evento, el primer concierto al que BSOSpirit iba a tener la suerte de asistir en directo, del maestro entre maestros, John Williams.

Sin duda, uno de esos momentos únicos, una rara avis que brindó al aficionado no sólo la ocasión de poder disfrutar de una brillante selección de los Scores más conocidos del compositor, sino más aún, la excepcional oportunidad de compartir auditorio durante cerca de tres horas, con “dos de los directores de cine con mayor talento de la industria, además de grandes conocedores y amantes por igual, de la música de cine”, tal y como el propio Williams se encargó de recalcar al comienzo del acto, Martin Scorsese y Steven Spielberg.

Un Auditorio cargado de historia

Pero no era ya sólo la ilusión desbordada por disfrutar en vivo de la presencia del compositor, al mando de la New York Philarmonic Orchestra nada menos, sino la emoción y especiales sensaciones que sentíamos al estar en aquel lugar, sin duda alguna el epicentro del arte y de la música en una de las ciudades precisamente, más representadas musicalmente del mundo.

Lincoln CenterDificilmente se podría haber escogido un marco mejor en toda la Gran Manzana para llevar a cabo un evento de estas características. Situado en la proximidad de la Esquina Norte de la Avenida Columbus con la Calle 65, en los alrededores del mítico Central Park, el “Lincoln Center for the performing arts” es practicamente una ciudad de las artes (escénicas y musicales), enclavado dentro de Nueva York, y conformado por la prestigiosa Juilliard School (donde una gran cantidad de los mejores intérpretes de los últimos cien años cursaron sus estudios, y dónde los profesores son leyendas vivas de la composición), la Metropolitan Opera House, los Teatros “Walter Reade”, “Vivian Beaumont”, “Mitzi E. Newhouse” y “Clark Studio”, la famosa “New York Public Library” para las Artes Escénicas y el Avery Fisher Hall (lugar elegido por Williams y la NY Philharmonic Orchestra para el concierto y sede oficial de ésta).

En definitiva, un lugar de Leyenda sobre terrenos que antaño sirvieron de decorado a la inolvidable West Side Story de Robert Wise y Jerome Robbins, y al lado mismo de una Plaza que lleva el mítico nombre de Leonard Bernstein. Un lugar emblemático para melómanos de todo el mundo y por cuyos aledaños han pasado y siguen pasando, año tras año, figuras ya consagradas, junto a otras más jovenes, que están llamadas a serlo en un futuro.

Lincoln CenterSolamente teniendo la oportunidad de conocerlo, ya nos veíamos inbuidos por su magia. Paseando por sus plazas y parques, nos encontrábamos con estudiantes de música de Juilliard, descubríamos a instrumentistas y solistas de la orquesta tomándose un café junto a nosotros, a una de las solistas de cello de la Philharmonic ojeando partituras en la librería músical de la Universidad, antes del Concierto. Como antes he dicho, para unos simples aficionados a la música, enamorados de la melodía, embelesados por la dulzura de un solo de violín, la emoción de una lírica aparición de guitarra clásica, la sensualidad de unas notas al saxo, la grandeza de una magna orquesta sinfónica, seducidos por la paz espiritual que sólo la belleza de la música es capaz de proporcionar, estábamos viviendo un sueño, nuestro sueño.

Y ya no sólo se trataba de un concierto de uno de los más grandes compositores vivos, como es John Williams, si además eres un apasionado del cine, dos de los más grandes, permítanme la redundancia, directores de los últimos cuarenta años, iban a ejercer de anfitriones.

Las Horas Previas

Anticipando la más que previsible afluencia masiva de público al recinto (las 2700 localidades disponibles se agotaron por completo meses atrás, tanto para el Concierto del Lunes, como para su repetición del Miércoles), optamos por adelantar nuestra visita a las instalaciones y disfrutar de las sensaciones de visitar el Lincoln Center por primera vez.

Disponiendo, en consecuencia, de más tiempo del inicialmente previsto, no dudamos en distribuirlo adecuadamente, incluyendo el siempre obligado paseo de todo aficionado por las Tiendas de Discos (¡espectacular el tamaño del Tower Records cercano!), así como una improvisada escapada al Imax del Barrio, pudiendo de esa forma disfrutar de casi una hora de música a cargo de Danny Elfman y Deborah Lurie para el recién estrenado documental Deep Sea 3-D.

Sergio Gorjón Asier Senarriaga

Sin embargo, la auténtica joya de la jornada estaba aún por llegar, y comenzó a tomar forma, apenas 40 minutos antes de las 19:30, a la par que aficionados e invitados se iban arremolinando en el Hall de entrada y en las zonas de esparcimiento anexas a la Sala de Conciertos. Toda una mezcla de entusiastas de la música de cine, de todo el globo, abonados regulares de la Filarmónica y otras personalidades ilustres, no sólo del mundo del espectáculo. Un colectivo heterogéneo, que dio al evento un toque híbrido de formalidad e informalidad muy de agradecer.

Si a esto añadimos que al Concierto asistieron figuras públicas de relevancia artística, pues nos encontrábamos ante un auténtico festín para el mitómano. Entre los asistentes hallábamos al ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, al abógado, doctor, director de cine, productor y escritor de Best Sellers Michael Crichton (tremendamente prolífico e inteligente, como demuestra su renuncia a abarcar las labores musicales en sus películas en favor de Jerry Goldsmith), a Gwyneth Paltrow con su madre Blythe Danner... y eso sólo son algunos de los que nosotros tuvimos conocimiento de que asistieron, que seguro fueron muchos más.

con Olivia D'Abo con Patrick Wilson

El carácter benéfico del Concierto, cuya recaudación estaba destinada integramente a alimentar el Fondo de Pensiones de los Músicos de la Orquesta, se vió acentuado con la celebración de una Subasta de lo más suculenta para cualquier aficionado: una camiseta (T- Shirt como es llamada por ellos) con el Logotipo Oficial de la Filarmónica, firmada por los tres grandes nombres de la noche. ¡Lástima que nuestro presupuesto no diese para tanto!.

Tras recorrer la zona de arriba abajo, y disfrutando como auténticos descosidos del magnífico edificio Avery Fisher, fuimos de los primeros en acomodarnos en nuestras butacas, gozando así de una vista única y expectante, sobre un escenario aún vacío y una platea de faraónicas dimensiones, con apenas una treintena de personas en aquel momento. Poco a poco, el imparable goteo de público e intérpretes fue intensificándose, quedándo todo finalmente listo para la función apenas cinco minutos antes de la hora prevista.

Y tras todos estos preámbulos, pasemos a centrarnos en lo que de verdad importa, y sobre lo que seguro están deseando leer, las tres horas musicales más intensas y emotivas a las que quién esto suscribe había tenido nunca el privilegio de asistir. Ya desde el momento en que los miembros de la orquesta tomaron su emplazamiento en el gigantesco escenario del Avery Fisher Hall, y aún sin vislumbrar la presencia del maestro, toda la platea se mantenía atenta y emocionada ante lo que se avecinaba. En ese instante John Williams realizaba su entrada y la literal explosión de aplausos fue de verdad apocalíptica.

La intensidad de la emoción al tener al maestro delante de nuestros ojos por primera vez, no podía desembocar en otra cosa que en la aparición de incontenibles lágrimas de alegria en nuestras mejillas. Llorando como niños al encontrarnos ante el compositor que a muchos de nosotros nos hizo descubrir el amor por la música de cine, llorando como Peter Pan-es, que se niegan a crecer para permanecer una jornada más en el Reino de la Fantasía. Aquél en el que él nos ayudó a creer.

Entonces el Maestro no dudó en responder con visibles gestos de agradecimiento al público congregado, y el extasís y la exaltación nos embargaron ya de forma total, al darnos cuenta definitivamente del Hito Histórico al que estábamos a punto de asistir.

Williams sobre el escenario: Comienza la Magia

Programa, firmado por Steven SpielbergEntonces, ceremoniosamente y tras un saludo a la platea entregada, el Maestro se giró sobre sí mismo, subió al podio, dió un leve toque con la batuta en el atril, observó a la orquesta y con la mano derecha nos condujo a todos a las Puertas del Imperio de la Magia. John Williams al frente de la New York Philharmonic Orchestra interpretando a Bernard Herrmann.

Este primer acto fue dedicado por entero al gran compositor, que colaborara con genios como Orson Welles o Alfred Hitchcock, cuya extensa carrera fue resumida por etapas en una cuidada selección de obras, a medio camino entre lo más familiar para el gran público y algún que otro título más oscuro.

La primera de las piezas previstas en el programa, “Death Hunt” del film noir On Dangerous Ground. Una composición para percusión y metales realmente sentida en su interpretación por parte de la orquesta (como fue norma durante toda la noche) y poseedora de esa fuerza y vigor propias de los temas de acción del maestro Herrmann. El clímax del tema casi cortó la respiración del respetable con sus ostinatos in crescendo, hasta el impresionante golpe orquestal final, realmente atronador y épico. Las cosas no podían comenzar mejor.

Los primeros años de Bernard Herrmann no pudieron tener un reflejo más acertado en el programa, dando cuenta de ello un corte de enorme elegancia y clasicismo como es “The Inquirer” de la emblemática película Citizen Kane. Ya en sus primeros compases se hicieron más que evidentes las destacadas dotes interpretativas del conjunto y la evidente pasión de Williams en la conducción de la rítmica pieza.

A su término, el maestro de ceremonias introdujo al primero de los invitados: un Martin Scorsese de rigurosa etiqueta que, una vez más, recibió los aplausos de un Auditorio que le esperaba con enorme expectación. Sobre un atril, en primer término, Scorsese nos recordó brevemente la biografía de Herrmann y sus comienzos en el cine, dejando que la orquesta volviese a tener protagonismo con dos bellas piezas: la hipnótica “Ballad of Sprinfield Mountain” y la festiva “Gallop: The Whip” procedentes de The Devil and Daniel Webster y Currier and Ives Suite respectivamente. Plenas de sentimiento y con preciosas secciones a las cuerdas, quizá fueron interpretadas con un tempo más lento con respecto al original, lo que provocó que Williams se centrase en la sección de cuerda, especialmente los violines, y durante unos instantes les dirigiese con gesto adusto, especificamente a ellos. Mensaje captado Mr. Williams, parecieron todos decir a partir de ese momento, culminando de forma vibrante, como no podía ser menos.

John WilliamsAsí llegamos a la que probablemente, sea la parte más celebrada de la obra de Herrmann, aquella que surgió de sus años de intensa colaboración con el maestro del suspense Alfred Hitchcock (o Hitch, como cariñosamente optó por llamarle Scorsese). Ocho películas en conjunto (si incluimos los sonidos sintetizados y estridentes de The Birds) que, en palabras del director, marcaron todo un hito en lo que se refiere a la música de cine. Como no podía ser de otra manera, ello dio pie al primer montaje de la noche, y con él, a una demostración fehaciente del carácter indisoluble de la unión entre música e imagen.

Tomando como telón de fondo las imágenes de los propios films en pantalla grande, la belleza sobrenatural y obsesiva reflejada en la “Scene d´Amour” de Vertigo, y una selección de temas de Psycho (“Prelude” y “The Murder”), asistimos a una virtuosa interpretación de ambos Scores en la que brilló especialmente una sección de cuerdas, ahora sí, perfectamente equilibrada, demostrando, con seguridad, que pocas veces se habrán tocado en directo con más fidelidad que en esta ocasión. Tan sólo reseñar la única nota negativa durante todo el Concierto, la platea rió a carcajadas durante el momento en que en pantalla se recreaba el famoso asesinato de la ducha en Psycho, lo cual no dice mucho del respeto de los asistentes, o mejor aún, lo cual demuestra a las claras, su total ignorancia para con el Maestro.

Acto seguido Scorsese, con gesto severo, pero afable a un tiempo, hizo hincapié en esa ignata capacidad de Herrmann, para la creación de melodías sencillas y románticas, como las de Vertigo, que, no obstante, tenían la capacidad de tornar, mediante su tono y cadencia circular en obsesivas, de una manera sorprendentemente natural.

Como era de esperar, el momento más personal y emocional para el director neoyorkino, llegó de la mano de Taxi Driver, la primera y única vez en que ambos nombres tuvieron la oportunidad de colaborar. Contó Scorsese, con el verbo gracil, nervioso y rápido que le caracteriza, cómo el entonces joven director ofreció su guión al prestigioso compositor, quien rapidamente lo desechó, sin siquiera mirarlo, aludiendo el pretexto de que él no estaba para hacer películas sobre taxistas. La sala se rió en ese momento con ganas, el que suscribe incluido.

Sin embargo, ante la insistencia de Scorsese, Herrmann optó por llevarse consigo una copia del guión, curiosamente accediendo luego a escribir la partitura para dicho film. Tras unos meses, recordaba Scorsese, se produjo el reencuentro de ambos en Londres, y después de aquella noche, el director guardaba un particular recuerdo de la fanfarrona intervención de Herrmann, en la que se justificaba por el cambio en la decisión:
“Me he leido tu guión y me ha gustado; especialmente la secuencia en la que Travis Bickle rocía sus cereales del desayuno con Bourbon. Esa parte tiene realmente carácter”, aseveró.
El auditorio prorrumpió en aplausos y carcajadas.

John WilliamsSin duda, Herrmann fue ciertamente siempre el hombre de armas tomar del que tanto se habla, como confirma la siguiente anécdota de Scorsese. En una ocasión el compositor se presentó de improviso en las sesiones de sonorización, increpando a los allí presentes por haber puesto los efectos de sonido demasiado altos, estropeando en su opinión, la secuencia. Sin más, exigió que los quitaran todos, ¡y eso que aún no había compuesto absolutamente nada!. No obstante, la mano izquierda de Scorsese consintió en rebajar el volumen de los efectos, complaciendo al maestro.

Porque de lo que Scorsese no dudaba ni un momento, era del enorme talento del compositor, sacando para ello a colación la última ocasión en que intercambiaron un dialogo crítico sobre la película. Ese día, el director se hallaba sumido en el proceso de encontrar un aguijonazo musical (en palabras del propio Scorsese) que enfatizara la mirada de Robert De Niro sobre el espejo retrovisor, y, al parecer, la pieza de Herrmann no acababa de satisfacer plenamente al director.
El compositor, quizás carente de ganas de ganas de entrar en polémica, o acaso fruto de su propia seguridad en sí mismo, sentenció que lo que necesitaba la secuencia no era otra cosa que, hacer sonar su composición ¡al revés!, de atrás a delante. Entonces, sin mediar palabra, abandonó la sala sin dar más explicación. Ni que decir tiene, que Scorsese siguió a pies juntillas el consejo del maestro, demostrando, como no podía haber sido de otra manera, que aquel hombre temperamental tenía toda la razón.

Tras ello Scorsese, no pudo sino emocionarse al relatar, que tras aquel consejo y al intentar agradecer al compositor su acierto, le fue comunicado que Bernard Herrmann había fallecido aquella misma noche. Un murmullo de pesar afloró en ese momento de las gargantas de todos y cada uno de los asistentes al Avery Hall.

John WilliamsEra por tanto una forma de pleitesía, reflejar su última composición en este homenaje, y una apabullante y emotiva rendición a sus “Night Piece for Orchestra” y “Prelude/ Night Prowl” de Taxi Driver, eran obligadas. Williams se lució en la dirección, marcando un tempo calcado al del original, pero especialmente en la última parte de la segunda pieza, con una energía y fuerza tal en sus movimientos que parecía rejuvenecer con cada nota, hasta la gloriosa culminación en la que marcó el choque orquestal final con el americano gesto de batear un Home Run, agarrando con sus dos manos la batuta en un fuerte movimiento diagonal cruzado de abajo arriba. El Avery Fisher Hall explotó en vítores y gritos de loa y admiración tras este notable Tour de Force.

A modo de cierre del capítulo dedicado a Herrmann, nos fue ofrecido un nuevo ejercicio de simbiosis entre imagen y música, como tributo final al compositor. Cuando la emoción y el fervor de la Audiencia alcanzaba su punto de ebullición en el Auditorio, hicieron su apoteósica entrada los míticos acordes de la inolvidable Obra Maestra North by Northwest, mientras era proyectado un montaje con las imágenes de un indefenso Cary Grant siendo asediado por un avión de fumigación (curiosamente una escena en la que en la película por decisión del compositor, no se incluyó música, pues ya poseía la tensión suficiente según éste, lo cual denota una vez más su genio) y perseguido en las alturas del Monte Rushmore.

Así concluía el sentido homenaje que significó esta primera parte del evento, a la figura de este gran hombre de pocas palabras y una de las mayores sensibilidades e importancia con su aportación, a la Historia de la Música de Cine. ¡Todos te recordamos, Maestro!

Un breve interludio precedió al regreso de Williams con renovadas energías, esta vez acompañado por nada más y nada menos que Steven Spielberg.

Una colaboración que ya es Historia del Cine, y de la Música

Spielberg y WilliamsLa New York Philharmonic Orchestra nos ofreció entonces una sorpresa no incluida en el programa. Bajo la dirección de su creador, llegó el momento del tema principal más repetido por la gente en las playas de todo el mundo, cuando llega la hora de zambullirse en el agua. Y es que hay algunas cosas, que nunca pasarán de moda, como es el caso del inmortal tema de Jaws. Sencillamente delicioso en directo, un motivo simple a la par que complejo, que sin duda hizo historia, introduciendo el miedo en la audiencia, incluso sin la presencia en pantalla del escualo protagonista.

Spielberg tomaba el atril con solemnidad y una sonrisa picarona hacia Williams, el verdadero responsable de que su film consiguiera el éxito, y los escalofríos de la audiencia, ya que según el director su tiburón marioneta, comicamente llamado “Bruce”, jamás hubiera inquietado como lo hizo sin la labor del compositor.

Steven nos deleitó con su afirmación acerca del matrimonio bien avenido que deben conformar la música y el film, con un ejemplo clarificador: “Las Películas son el Relampago, pero la Música es el Trueno”.

Sinceramente la interpretación de su propia obra alcanzó ya cotas epopéyicas con la detallista y cuidada dirección del Maestro, de Suites especialmente arregladas para la ocasión:

  • Desde una maravillosa rendición a los momentos finales de Close Encounters of the Third Kind, con una sensibilidad impresionante en la interpretación a los metales según la Nave surge del Cielo, una sublime aparición de las Míticas “Cinco Notas” en un crescendo portentoso y arrebatador, y un excepcional homenaje a Walt Disney con el cameo de su “When you Wish Upon a Star” de Pinocho.
  • Pasando por una Suite de Jaws, incluyendo esta vez el Korngold-iano “Out To Sea” (como señalaba Williams, el maestro Erich Wolfgang fue su inspìración para esa pieza) y el adrenalínico y marinero “The Shark Cage Fugue”, de hiperquinético y acelera-corazones conclusión épica, que consiguió poner en pie a la platea durante varios minutos en una estruendosa, justificada y justa ovación. El que esto suscribe estaba en extasis por la mezcla de emoción, felicidad y comunión que se alcanzó en ese instante entre las 2700 personas que abarrotaban el recinto, el compositor y la orquesta. Absolutamente inenarrable.

Pero si aquello estaba llevando la emoción a muy altos índices, lo mejor estaba aún por llegar.

The Last CrusadeY es en ese instante, cuando la piel se nos puso de gallina a todos al anunciar Spielberg que, subsiguientemente, se proyectaría el inicio de su film Indiana Jones and the Last Crusade sólo con los diálogos y los efectos de sonido, para que comprobaramos in situ cómo John Williams creaba la Magia no se sabe de dónde, convirtiendo un trozo de película sin aliento ni fuerza (según sus propias palabras) sin la música, en algo memorable y pleno de ritmo para esta tercera aventura del arqueólogo del sombrero y el látigo.

Entonces recalcó, Tercera, pero quizá no última, y la sala estalló en una espontanea ovación, mientras sonaban varios ¡Hip, Hip, Hurray!, a los que nos sumamos enfebrecidos, dedicados a un emocionado Spielberg. Sólo por eso, no hay duda de que el director nos acabará complaciendo con una cuarta entrega, pero por favor, para ya mismo, o va a tener que transcurrir en un geriátrico para arqueólogos jubilados, dónde sin comerlo ni beberlo se enclavaría la exacta localización de la verdadera Sábana Santa.

Williams clavó como sólo él sabe hacerlo todos los momentos álgidos de la partitura, y sin ayuda para con la orquesta del Click Track sincronizó a la perfección cada instante conforme las imágenes se sucedían, casi haciéndonos olvidar que estábamos en un concierto, mirando a River Phoenix ejecutar sus proezas, como si estuvieramos en la sala de cine, hasta el instante culminante en que tras escapar del tren con la Cruz de Coronado, habiendo burlado a los ladrones de tesoros, oímos una versión heroica al máximo del Raiders March que nos puso los pelos como escarpias. “That´s the way it is, and that´s the way it must be!”.

Qué mejor manera de comprobar la destreza y el dominio Williams a la hora de proveer de alma y corazón al film, elevándolo dramaticamente, dando cancha a la carcajada en los instantes cómicos, enalteciendo la heroicidad idealista del protagonista, y en definitiva, inyectandole vida con habilidad innata.

Y qué mejor contraste para la aventura en su sentido más ámplio, que la belleza y la ampulosidad dramática de otra de sus obras capitales. Jamás había tenido la ocasión hasta ese instante de escuchar los temas principales de Schindler´s List interpretados en vivo, y puedo asegurar que fue algo emotivo y desgarrador en grado sumo. La pasión con que las cuerdas del violín solista (el magnífico intérprete Glenn Dicterow) desgranaron el sentido pentagrama traspasaron el alma a todos y cada uno de los asistentes, hasta el punto catárquico en que esta vez el aplauso fue devoto y respetuoso, rindiéndose sin condiciones ante una nueva composición magistral del maestro.

John WilliamsComo fin de fiesta, la apoteosis mística, pristina y mágica de los 15 últimos minutos de E.T. The Extraterrestrial, una vez más con la dirección de la New York Philharmonic Orchestra sincronizada al segundo con la Pantalla de cine. La platea empezó a lagrimear según Elliot comienza su huida en bicicleta, dispuesto a salvar a E.T. del gobierno y llevarlo hasta su nave. Los agentes le cierran el paso, el auditorio contiene el aliento, y Elliot y sus amigos vuelan, vuelan, vuelan, vuelan surcando el cielo y nosotros volamos con ellos, y las lágrimas abandonan el iris, surcando nuestras mejillas, en riachuelos cada vez más caudalosos y puros. Es ya en definitiva, una de las escenas más bellas de la historia del cine, y en directo.

Pero entonces, E.T. se despide de Elliot y su familia con las míticas líneas de dialogo: “Sé bueeeno” y “Estaré aquiií mismo” llevando su dedo iluminado al corazón del chico, y el maravilloso despegue de la nave nos llena de gozo y paz espiritual, en una comunión perfecta entre las imágenes y la sobrecogedora partitura. Si esto no es magia, ver a miles de personas sobrecogidas, emocionadas y agradecidas por la belleza en estado puro, la magia no existe.

La Standing Ovation fue una de las cosas más impresionante que hemos tenido la oportunidad de vivir, casi 9 minutos aplaudiendo y vitoreando a rabiar hasta casi no poder más, los oyentes aún llorosos, sintiéndose uno solo en conjunción, dando a Williams el más merecido reconocimiento, el cariño, devoción y sincero amor de las personas que compartimos su música, la música que nos ha acompañado desde nuestra infancia, la música de un Maestro, así, con mayúsculas.

John WilliamsIncluso Spielberg se sumó contagiado en los aplausos y emociones, dando un fuerte abrazo a Williams y saludando al público congregado. Entonces salieron del escenario, para volver a los pocos segundos y concedernos el primero de los cuatro bises:

  • Comenzando con uno de los con seguridad, mejores temas de este pasado año 2005, el elegíaco “A Prayer for Peace” de Munich, de nuevo en una interpretación sensacional, con especial mención de los primeros Cellos y violines de la Philharmonic, vibrantes y líricos. Y Williams que nos deja de nuevo.
  • Volviendo con el micrófono en la mano, nos anuncia que hemos gozado de la fortuna de contar con Martin y Steven como anfitriones de lujo, y aunque George Lucas no había podido estar allí con ellos, “Iban a tocar la siguiente pieza muy ALTO, para que pudiera oirla desde California”. No hay palabras que definan la verdadera medida de la enésima ovación de la enfervorecida y agradecida audiencia. Sencillamente inenarrable.

Como lo fue también la atronadora y fantástica rendición a los “Main Titles” de Star Wars, en conjunción con el tema de la Princesa Leia y el “Throne Room”, con una sección de viento realmente sensacional, dando vida a tan insigne partitura. Y de nuevo Williams bateando para concluir el tema en su épico final (jamás olvidaremos la fuerza de la misma y la participación de los timbales em la esplendorosa conclusión).

Pero al contrario de como decía el cerdito Porky, eso no es todo, amigos. Porque Williams volvió aún en dos ocasiones más:

  • Para ofrecernos dado lo tardío de la hora y habiéndonos perdido ya los noticiarios (como él mismo se encargó de indicarnos) su “The Mission Theme”, cabecera de las Noticias de la NBC (que a algunos sorprendió fuera asimismo de Williams), en su versión completa de más de cinco minutos. Extasiante a los metales, sublime a las cuerdas, notable en la percusión. Un 11 sobre 10.
  • Tras regresar ya por última vez, un nuevo homenaje, en esta ocasión al mítico neoyorkino de pro, Mr. Leonard Bernstein, con su Montaje musical de “For New York” y su “Tribute to Lenny”. Los habitantes de la Gran Manzana puestos en pie.

Williams, Scorsese y SpielbergFin de fiesta total y despedida de Williams totalmente agotado, abrazado a Spielberg y Scorsese (¡Madre Mía, qué foto, los tres juntos!, histórico).

Una nueva salva de aplausos de varios minutos y de nuevo reinó el silencio mientras los anfitriones se retiraban, la orquesta abandonaba su puesto y Williams se dirigía definitivamente a su camerino.

Habíamos conseguido vivir algo, que recordaremos con eterna nostalgia durante toda la vida, algo que agradeceremos por siempre al Verdadero Maestro Jedi Williams, sin duda imbuido por la luz de la Fuerza, en una Galaxia Muy, Muy Lejana, en la Galaxia del Talento y la Creatividad sin limites.

Y que nosotros lo disfrutemos por muchos años.

Sergio Gorjón y Asier G. Senarriaga

Agradecimiento especial a nuestro amigo y compañero José Alberto García Sánchez, directo responsable de la dedicatoria del Programa del Concierto por Mr. Steven Spielberg.

 
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