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Quills

Quills


Compositor: Warbeck, Stephen
Año: 2000
Distribuidora: RCA Victor
Duración: 43:10

Muy bueno
Tracklist:
  1. The Marquis and the Scaffold +
  2. The Abbe and Madeleine +
  3. The Convent +
  4. Plan for a Burial
  5. Dream of Madeleine
  6. Royer-Collard and Bouchon *
  7. Aphrodisiac
  8. The Last story +
  9. The Marquis´ Cell at Charenton *
  10. The End: A New Manuscript *
  11. The Printing Press *

* Los mejores temas
+ Los temas excepcionales

De cómo la pluma en ocasiones sí puede más que la espada

Philip Kaufman es uno de esos directores puntillosos y detallistas hasta el extremo, como en su día lo fuera el fallecido Stanley Kubrick, que deja pasar varios años, o más bien lustros, entre película y película, tal es el fervor con que supervisa y dirige cada mínima parte de la producción, desde el guión al casting, la búsqueda de exteriores, o la música, necesitando largos periodos de tiempo tras acabar un film, con el objetivo de recuperarse y recargar las pilas, para volver a involucrarse de nuevo en lo que él denomina "una maquinaría de locos".

El director regresaría en el año 2000 a la luz pública, encargado de llevar a buen puerto un proyecto con el que llevaba obsesionado más de una década, lograr una reconstrucción histórica modélica y sin dejar de lado las zonas polémicas o más escabrosas, de los últimos momentos lúcidos del célebre Marqués de Sade, en los oscuros tiempos de la Francia post-revolucionaria y el Paris de un rey ausente y una guillotina adquiriendo todo el triste protagonismo. Philip Kaufman nos ofrecía en este film su brillante visión de este notable a la par que polémico y obsesivo escritor, que supuso un desafío para la Iglesia y el Estado, y un revulsivo para la Sociedad de la Francia que veía concluir el Siglo XVIII.

QuillsEllo es llevado a cabo mediante una reconstrucción histórica excepcional, que nos introduce en la época y el lugar desde el primer plano del film, con un diseño de producción lujoso y trabajado obra de Martín Childs, una fotografía impresionante de Rogier Stoffers, un guión sobrio y estudiado hasta el más mínimo detalle, de Doug Wright (basado en su propia obra), unas interpretaciones memorables de todo el elenco, con especial hincapié en la sobrenatural labor de un inmenso Geoffrey Rush en estado de gracia (su transformación en el personaje del Marqués es sobrecogedora y perfecta), y unos excelentes Joaquim Phoenix, Kate Winslet y Michael Caine (que hubieran merecido todos los premios por sus interpretaciones ese año), para concluir finalmente, pero no por ser menos importante, con una partitura musical que se alimenta del film y sirve a éste como una segunda piel de manera portentosa, obra de Stephen Warbeck.

De cómo reflejar un periodo histórico y a la vez innovar en la instrumentación, sin perder el clasicismo

La obra comienza con una suave percusión exótica para a los pocos segundos dar paso al tema del Marqués, que en la primera escena observa los efectos de la guillotina sobre una joven muchacha, de la que no sabremos nada más. Al ritmo de la narración de uno de sus textos narrado por él mismo, vemos en primer plano la expresión temblorosa de la joven y la aparición de unas manos acariciando su cuello al ritmo de la cadencia de los versos, pero súbitamente, y con la aparición de unos etéreos y muy Morriconianos coros femeninos, nos damos cuenta de que no se trata de su amante, sino del verdugo preparando a su víctima para la terrible guillotina. A destacar el efecto de la música dulce y lírica con las muy realistas y duras imágenes y la sangre de una anterior víctima goteando desde la afilada hoja a los labios de la doncella. Se trata del tema "The Marquis and the Scaffold".

El compositor compone una pastoral para flauta y voces blancas a la que se va incorporando la orquesta, reflejando el idílico, pasional pero a la vez puro, amor sin consumación física, del Abbé Coulmier y la doncella lavandera de Charenton, Madeleine. Un amor entregado pero a la vez no reconocido del sacerdote, que sufre en silencio unas tiernas ensoñaciones, en las que siempre está presente la dulzura lúbrica de la joven, "The Abbé and Madeleine".

La representación musical del Convento en el que el potentado Royer-Collard recoge a su virginal, "o no tanto", futura esposa, es definida por las citadas voces blancas en un tema de honda raigambre sacra y sencilla armonía, a la par que belleza, "The Convent".

QuillsWarbeck, tras un motivo suave y triste para flauta en "Plans for a Burial", entra en terrenos más experimentales, por petición expresa del director, y nos sorprende con un difícil y obsesivo tema, "Dream of Madeleine", que comienza con un alarde al cello solista, para adentrarse después en un abismo onírico y atonal con acompañamiento de una masa coral difusa y distante, que renuncia a la melodía para alargar una única nota hasta el infinito, y volver a ella una y otra vez, en un bucle onírico perturbador e insistente, que hace revolverse a uno en el asiento. Probablemente, ese era el objetivo de Kaufman, crear en el espectador una desazón creciente. Tan solo decir que Warbeck lo consigue de pleno en éste y en el siguiente tema, el más clásico y Herrmanniano, pero igualmente obsesivo y turbulento "Royer-Collard and Bouchon", melodía a base de estridentes violines y cuerdas que dan paso a una flauta chillona y a una percutante trompeta hacia el final, culminando en desazón para el oyente la descripción musical de la insania del manicomio parisino.

No son menos experimentales en ese sentido los creativos "Aphrodisiac" o "The Last Story" con instrumentos creados incluso, ex profeso para la ocasión, en las orquestaciones. De ahí lo extraño de los sonidos que encontramos. Según nos revela en la propia carpeta del disco, Warbeck colaboró con el músico Steve Moles para crear la "Bowed Bass Lyre", una especie de lira, cuyas cuerdas fueron alteradas mediante el añadido de una presión especial sobre el puente, con Tim Harries, que preparó un bajo especial con unos particulares añadidos entre las cuerdas para proporcionarle una sonoridad diferente, con Richard Henry para crear una especie de gaitas llamadas "Drain Pipes" que ofrecían su sonido introducidas dentro de agua, método que utilizaron asimismo modificando el trombón, el trombón bajo y el didjeridu.
Otros instrumentos que sufrieron estas modificaciones fueron:

  • Las guitarras de John Parricelli, que fueron parcialmente desafinadas con intención de reflejar disonancias en pasajes que requirieran algo menos convencional de lo habitual,
  • El damnoni fue modificado e interpretado por Martin Robertson, según los comentarios de Warbeck, conformando una especialmente adaptada en longitud "Gas Pipe",
  • Un nuevo elemento creado para la ocasión, el "filófono", o xilófono a base de filamentos metálicos que deben frotarse con diversa intensidad para ir creando las notas,
  • Y la serpiente, una retorcida mezcla entre un instrumento de cuerda y uno de percusión, del que con tal nombre no hace falta dar más detalles (auspiciado por Gary Kettel).

Con tal variedad de elementos exóticos y originales en la orquestación, no es extraño que en los anteriores temas citados, nos veamos en ocasiones totalmente desubicados ante lo que estamos oyendo. Al ser ésta la intención de compositor y director para reflejar la locura y el peligro, no podemos objetar nada ante ello, pues lo logran de pleno.

"The Marquis Cell at Charenton" vuelve a experimentar, pero va declinando poco a poco la disonancia, para irnos llevando a ambientes más habituales de tensión, con una nueva entrada de los violentos violines tras un fuerte golpe de timbal que nos conduce al suspense ante el probable destino de la inocente Madeleine ignorante del peligro que se avecina.

La obra concluye con la majestuosidad de los coros y la épica exacerbada de "The End: A New Manuscript", Suite recopilatoria de todos los temas de la composición, demostrativa de que el espíritu indomable y la voluntad del Marqués de Sade son inquebrantables, a pesar de todas la iniquidades a las que sus carceleros le sometieran. Después de todo, obtuvo lo que buscaba con ahínco, y nadie pudo impedir que sus textos, publicados legal o ilegalmente, en papel, o por transmisión oral, hubieran ya traspasado fronteras y sembrado una semilla que calara en el pueblo.

QuillsComo Bonus Track encontramos un curioso tema, "The Printing Press", que hay que escuchar para creer, en su caótico, desafinado y melódico transitar. Originalidad que no falte, al parecer empleando esta vez tan sólo instrumentos de la época, literalmente ningún instrumento que no existiera en 1794.

Por último una reflexión, es curioso como en esta historia y en cualquier historia, las apariencias y las realidades de personajes y hechos puedan tener una perspectiva u otra dependiendo desde el ángulo con que las observemos. En este caso, el Marqués de Sade, un autor obsesionado con los aspectos más recónditos y perversos del ser humano, con las pulsiones sexuales a la cabeza, cuyas historias de perversión y lascivia han escandalizado a medio mundo, y fascinado al otro medio, quizá no sea el villano de la historia, a pesar de su locura.
O al menos, no el peor de los villanos, pues él es el verdadero valedor de la libertad de expresión y de la libertad de las ideas frente al mundo inquisitorial y retrogrado que lo encierra hasta volverlo loco. Es en suma, la historia de una confrontación entre el individuo que propugna la libertad para escribir, aunque sus textos fueran ofensivos y/o degradantes, y el estado que la coarta necesitando tener imperiosamente el control sobre aquello que no comulga con sus ideas. Una historia de la que Orwell también habló de manera muy diferente en "1984", o incluso Huxley en "Un Mundo Feliz", una historia que quizá nos atañe a todos más de lo que quisiéramos reconocer.

Una historia que la carencia de una pluma ("Quill") con la que escribir, no fue capaz de callar.

Lo mejor: La habilidad para definir personajes y situarnos en el contexto histórico a través de la música, la belleza superlativa y la sencillez de piezas como "The Abbe and Madeleine" o "The Marquis and the Scaffold" (con su Morriconiana entrada de los coros femeninos), o la capacidad de transformarse según los requerimientos de la historia. Prueba de ello podemos encontrar el Herrmanniano y obsesivo "Royer-Collard and Bouchon", en contraste del majestuoso y coral "The Convent" o la lírica y preciosista Suite orquestal final con puntual apoyo de los coros "The End: A New Manuscript", a modo de resumen final, recopilando en siete minutos todos los temas de la obra. Sencillamente, para quitarse el sombrero.

Lo peor: Que la libertad para la experimentación musical que el director otorga al compositor, le lleve a construir temas tan extraños y duros como "Aphrodisiac" (caótico reflejo musical de la locura presente en el manicomio de Charenton), "The Last Story" o "Dream of Madeleine", que podría ser la perfecta definición musical de lo que es una pesadilla obsesiva (atentos a la entrada de un disonante cello). Por lo demás, nada.

El momento: La extremada dulzura en contraposición con lo escabroso y lo trágico en un crescendo musical pleno de inteligencia y total ausencia de anacronía, en "The End: A New Manuscript", el tema del Abbé y su doloroso y trágico amor imposible por Madeleine en "The Abbe and Madeleine" y la descripción musical perfecta de la capacidad de seducción y la abyecta y a la vez seductora personalidad del Marqués de Sade, en "The Marquis and the Scaffold". Deliciosamente perverso, sin renunciar a la belleza más turbadora.

Asier G. Senarriaga

 
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