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The Last Samurai

The Last Samurai


Título en español : El Último Samurai
Compositor : Zimmer, Hans
Año : 2003
Distribuidora : Elektra

Excelente
Tracklist:
  1. A Way of Life (08:03)
  2. Spectres in the Fog (04:07)
  3. Taken (03:35)
  4. A Hard Teacher (05:44)
  5. To Know My Enemy (04:48)
  6. Idyll's End (06:40)
  7. Safe Passage (04:56)
  8. Ronin (01:53)
  9. Red Warrior (03:56)
  10. The Way of the Sword (07:59)
  11. A Small Measure of Peace (07:59)

La Película | La Vía del Samurai | La Música

La Película

Que Hollywood siente una especial predilección por las grandes super-producciones épicas ambientadas en épocas pasadas y/o culturas exóticas es algo que está más allá de toda duda. Desde las clásicas historias bíblicas y de romanos de Joseph L. Mankiewicz, William Wyler y Cecil B. DeMille, pasando por relatos ambientados en la Guerra Civil americana, como por ejemplo Gone with the Wind, dirigida por George Cukor y Victor Fleming, hasta las más modernas producciones hollywoodienses, como Braveheart, Dances with Wolves o Gladiator... el mundo del séptimo arte ha buscado inspiración en otras culturas y tiempos para ofrecer al público un espectáculo grandioso con aspiraciones artísticas y narrativas, a la par que técnicas. Se trata en su mayoría de películas de larga duración, con un importante elenco de actores y de una impecable factura, gracias a los avances técnicos más vanguardistas de los que este tipo de producciones suele hacer alarde. Ni que decir tiene que la mayor parte de estas historias se han convertido en clásicos absolutos del cine, gracias a méritos en la dirección, interpretación, fotografía y vestuario y, en menor medida, ambientación histórica.

Del director Edward Zwick nos llega una nueva película que muy bien podría enmarcarse dentro de este tipo de películas: The Last Samurai. En esta ocasión, la historia se ambienta en tiempos de la Guerra Civil americana, 1876 para ser más exactos, y el escenario no es otro que el País del Sol Naciente, que por aquel entonces se encontraba pleno proceso de transición entre el Japón feudal de los samurai y el Japón moderno que debía adaptarse a los nuevos tiempos y abrirse al resto del mundo.

El protagonista, interpretado por Tom Cruise, es Nathan Algren, un militar acosado por la barbarie perpetrada por el ejército americano hacia los nativos amerindios, y al que se le ofrece la oportunidad de marchar al país nipón para entrenar a las tropas del emperador en el uso de las nuevas armas proporcionadas por la tecnología occidental. El objetivo del emperador no es otro que modernizar el país de modo que pueda rivalizar con las grandes potencias industriales y tecnológicas de Occidente, lo que también afectará a su ejército, que deberá igualmente despojarse de las espadas, arcos y flechas tradicionales y aprender a utilizar el nuevo armamento proveniente de América. Esta revolución cultural y técnica, conocida como la Restauración Meiji, contará con la enérgica oposición de la casta de los samurai, que se oponen, en una violenta resistencia, a abandonar su forma de vida y, en definitiva, a una occidentalización de su cultura. Esta actitud llevará a esta casta de valerosos guerreros, liderados por Katsumoto, a enfrentarse a aquellos que desean renegar de sus raíces culturales, pese a la lealtad que Katsumoto le rinde al emperador. Aunque en un principio Nathan Algren parte como el militar elegido para formar al nuevo ejército y derrotar así a los guerreros bushi, tras ser tomado como rehén por los hombres de Katsumoto y convivir con los guerreros, poco a poco comprenderá y aceptará la causa samurai como suya propia, ofreciéndosele así la posibilidad de redención por los horrendos crímenes en los que tomó parte en su propio país, crímenes que amenazan con repetirse en el País del Sol Naciente en unas condiciones muy similares a aquéllas. Al mismo tiempo, Nathan vivirá un romance con la hermana de Katsumoto, Kata, cuyo marido falleció precisamente en una batalla a manos de propio Algren. Este hecho, unido a las más que obvias diferencias culturales y de vida entre ambos, hará que la relación entre los amantes parezca estar, en un principio, abocada a un fin trágico.

La Vía del Samurai

El samurai, que literalmente significa "hombre que sirve a un señor", era un soldado o guerrero (Bushi) de élite, contratado en la época feudal del Japón, al servicio de un Shogun (Generalísimo) o Daimyo, al cual entregaban su misma vida. Durante esta época, los enfrentamientos entre señores feudales de territorios vecinos eran bastante frecuentes, de ahí que se hiciera necesario el reclutamiento de guerreros privados que defendieran la vida, el honor y las posesiones de dichos señores. Este compromiso del samurai hacia el daimyo o el shogun estaba garantizado por un código de honor militar (Bushido), que le imponía lealtad a su señor, obediencia ciega, valor, sacrificio, desapego a todos los bienes de este mundo, desprecio a la muerte y culto al honor cuyo símbolo era el sable. La vida del guerrero pertenecía al señor, de tal modo que el samurai no vacilaría en morir si el deber así se lo pedía, y su sentido del honor le impediría ponerse a salvo huyendo ante el enemigo, lo cual sería considerada una deshonra mucho peor que la muerte misma. El servicio dispensado por el samurai implicaba restablecer o imponer el orden entre la población, ir a la guerra, y también realizar funciones de control y administración. El contrato del guerrero con su señor era de índole económico. A cambio de sus servicios, el señor proporcionaba la tierra que le permitía vivir al vasallo, así como un sueldo hereditario pagado en arroz.

Los samurais como casta social aparecen durante la época de los Fujiwara (890 - 1185). El tiempo que el Japón estuvo sometido a la influencia de estos guerreros puede dividirse en tres épocas:

  1. Época Kamakura (1185 - 1333) en la que el samurai alcanza un alto estatus social y comienza a formar clanes.
  2. Época Ashikaga (1335 - 1573).
  3. Época Tokugawa (1603 - 1860) en la que los samurais llegaron a ser los dueños absolutos del Japón, desempeñando también misiones burocráticas.
En 1871, un decreto imperial abolía las clases sociales, y por tanto ordenaba la desaparición de los samurais, a los que se asignó una pensión del Gobierno, prohibiéndoles definitivamente llevar espadas. Así se extinguía esta célebre y legendaria casta de valerosos guerreros.

La casta militar de los samurai estaba dividida en categorías que se encuadraban en un marco jerarquizado, y que abarcaban desde el Shogun o Generalísimo hasta el infante o soldado de a pie. Cada una de estas clases o categorías tenía sus obligaciones limitaciones y privilegios, pero solamente aquellos que pertenecían a las clases más elevadas disponían de bastante tiempo para ejercitarse en el manejo de las armas bajo la dirección de experimentados maestros (Kage-Shihan).

La vida de los hijos de los bushis estaba marcada por dos ceremonias muy significativas:

  1. Al cumplir la edad de cinco años era investido formalmente con todas las prendas del atuendo samurai y le colocaban al cinto su primer sable (Mamori-Gatana) del que ya jamás debería separarse.
  2. Cuando cumplía los 15 años (Gembuku) había llegado a su mayoría de edad, y recibía un sable auténtico totalmente afilado y una armadura (Yori) que constituía el símbolo de su honor y la rectitud de su comportamiento.
El samurai tenía el privilegio de llevar dos sables en su cintura, uno largo (Katana) y otro más corto (Wakizashi), mientras que los rônin, es decir, aquellos samurais que ya no dependían directamente de un señor, por haber muerto éste o haber sido confiscadas sus tierras, sólo les estaba permitido llevar una katana. Las leyes del Bushido marcaban estrictamente las ocasiones en las que era correcto o deshonroso el uso del sable. Éste era la compañía constante y perpetua del samurai, y estaba íntimamente ligado a todas sus acciones.
  • El Sable.

    El sable (Nippon-To), uno de los tres símbolos (Shinki) del poder imperial, y uno de los tesoros sagrados del Japón imperial, está considerado como un objeto con poderes divinos, merecedor de ser tratado con el máximo respeto y veneración, ya que simboliza la autoridad, la lealtad, la rectitud y el valor. Por ese motivo el samurai, aún en medio de todas las adversidades y reveses de la fortuna, no abandonaba nunca su espada cuya posesión era para él como el último reducto de su orgullo y prestigio. El sable para el bushi poseía una influencia o tendencia benefactora o maligna, de la dependía su destino, su honor, suerte o desgracia, y cuyo autor de semejante influjo era el artista que lo había forjado entre sudor, oración, aislamiento, purificaciones y secretos alquímicos revelados de padres a hijos. Únicamente se impregnaba de espíritu propio después de haber sido probado sobre el cuerpo de un adversario o de un condenado a muerte. La forma y el estilo del sable japonés data de principios del siglo VIII (Época Heian). En el siglo XII (Época Kamakura) aparece el sable de combate denominado Katana, que el samurai llevaba en el cinto con el filo hacia arriba.

  • Zen, Shintô y Bushidô.

    El zen, una escuela filosófica japonesa proveniente del budismo y modificada por el sentimiento Shintô de veneración a la naturaleza, fue para los samurais una disciplina muy apreciada y acorde con el modo peculiar de su ideal de vida, pues le ayudaba a superar el sentimiento de derrota o muerte. Su vida era una constante preparación para la muerte. El samurai necesitaba cultivar la unificación cuerpo-mente y concentrarse en cada acción "aquí y ahora", sin preocuparse de su resultado. He aquí el nexo de unión del Budo, término que engloba el conjunto de artes marciales orientales, con el Zen. Durante siglos, el samurai no sólo fue un guerrero, fue también un monje. Los grandes samurais se retiraban a los monasterios para esperar, con serenidad y en meditación, la hora de su muerte, cuando no les había sido dado alcanzar ésta en la batalla. Desde un punto de vista religioso, podemos afirmar que el Shintô (es decir, la religión ancestral de los japoneses), había preparado el terreno para sembrar la doctrina budista del Zen y que, como consecuencia de las estrechas relaciones entre los monjes de dicha disciplina por una parte y los samurai y el daimyo por otra, nació el Bushido, la "vía del guerrero", que había de formar el singular espíritu de estos hombres extraordinarios, y que surgió como una necesidad impuesta por la crueldad de las técnicas de guerra en los tiempos antiguos: se precisaba de la aportación de un sentido del honor y de una rectitud moral que se hallaban totalmente ausentes de la fría y atroz decisión de matar al contrario por el medio que fuera. Este código de honor, cuya primera referencia escrita aparece en un documento del siglo XVII, está tan arraigada en el pueblo japonés que aún hoy día influye considerablemente su forma de ser y de pensar. El código del samurai o Bushido es una compilación de cientos de reglas transmitidas oralmente y que no dejaban al descubierto ni un solo momento de la vida del samurai, otorgándole, gracias la disciplina Zen incorporada por el budismo, una absoluta impasibilidad ante el dolor, la victoria o la muerte. Tal pensamiento dio al guerrero acceso a la espiritualidad y al idealismo más elevados. El hecho de que el budismo Zen rigiese de modo absoluto la conducta del samurai en el terreno marcial no impidió que en los momentos de paz y sosiego éste participara del muy peculiar credo Shintoista, especialmente del mono-no-aware, sentimiento que, traducido literalmente, significa "emoción por las cosas".

    Esta emoción hace participar íntimamente al japonés del ritmo sagrado de la Naturaleza y le predispone hacia una sincera compasión por las cosas bellas y efímeras, acercándole a los principios del shintoismo más puro. Y aparece aquí un elemento de primordial importancia en el estudio del singular espíritu del samurai: el sakura o la flor del cerezo. La delicada flor del cerezo (Sakura) era el símbolo de la vida del samurai. Esta flor, cuando alcanza su máxima belleza se desprende al menor soplo de la rama del árbol que le da la vida. El empleo de la imagen del cerezo para referirse al samurai no es ningún contrasentido, si se tiene en cuenta que el espíritu de éste no sólo está educado en la firmeza y el valor, sino también en la cortesía más exquisita, expresión del mono-no-aware. Los llantos del samurai, muy frecuentes en los adioses y también en la composición de poesías con las que se despedían de la vida, podrían sorprender a quienes no conocieran este doble aspecto de su formación espiritual, que les permitía mantener una calma imperturbable frente a la muerte al tiempo que mostraba una delicada sensibilidad por las cosas bellas. El samurai debía ser ante todo humilde y honrado consigo mismo, y buscar el perfeccionamiento, tanto moral como técnico, pues ambos elementos eran para el samurai caras de una misma moneda. Por el contrario, la falta de dominio de las propias emociones, el orgullo desmedido, la falta de discreción, la ausencia de tacto o sentido común, etc. eran enemigos ocultos que habitaban en lo más recóndito del samurai y sobre los que tenía que imponerse día y noche.

  • Normas de Conducta.

    Para el samurai la preparación mental debía estar en consonancia con la preparación física, y a la rápida reacción de la mente debía seguir una inmediata respuesta material a cualquier posible insulto o ataque. El uso y el comportamiento con la espada, sin embargo, estaban sometidos a una estricta y delicada etiqueta o protocolo.

    Cada circunstancia de la vida requería una forma concreta de actuar, y al bushi no le estaba permitido ignorarla, pues todo error o incumplimiento de estas normas constituiría una ofensa imperdonable para otra persona o un deshonor para sí mismo que sólo podía repararse con sangre. De este modo, el samurai circulaba por el lado izquierdo de la calle para evitar que chocase su sable al cruzarse con otro bushi; si sospechaba del samurai con el que iba a cruzarse, entonces lo hacía por el lado del sable, tomando todas las precauciones para evitar el choque de las fundas. De esta forma el otro tendría que tomar distancia en caso de querer atacar por sorpresa; las personas sin armas, pertenecientes a otras clases sociales inferiores, debían cruzarse con el samurai por su lado derecho, así éste alejaba la posibilidad de que le cogiesen el sable por sorpresa, o podía desenvainar y cortar fácilmente sobre la marcha; en las casas, castillos, fortalezas o en la calle, al doblar el ángulo de un pasillo, o una esquina, procuraba rodearlos a suficiente distancia (nunca pegado a la pared) en prevención de un ataque sorpresa; al atravesar una puerta, vigilaba ambos lados, mirando primero al izquierdo y después al derecho, con la mano en la empuñadura del sable; procuraba no tocar a alguien con la punta de la funda al introducirla en el cinturón, ya que era un grave insulto. Para evitarlo debía poner mucho cuidado en ceñirse el sable con una inclinación tal, que al mismo tiempo fuera cómoda para desenvainar con rapidez si llegaba el caso; igualmente evitaba llevar la mano a la empuñadura en presencia de otras personas, pues esto era también un insulto o una provocación. Un samurai que desenvainara el sable por una nimiedad, era considerado como un fanfarrón incapaz de dominarse a sí mismo, pues la Ley exigía que "si un samurai en público desenvaina su espada contra alguien, no volverá a envainarla hasta después de haber matado a su adversario en leal combate"; cuando iba de visita, la etiqueta exigía que a su llegada dejase la espada larga al entrar en la casa. Un criado la tomaba en un paño de seda y la depositaba en el soporte destinado al efecto (Katana-kake o Tachi-kake) donde el visitante la recogía al marcharse. Colocar el sable en la Katana-kake, con la empuñadura a la derecha y el filo hacia arriba era señal de desconfianza y por tanto una ofensa. Tanto en la propia casa como en la ajena debía colocarlo con la empuñadura al lado izquierdo y el filo hacia abajo. Entrar en casa de un conocido o amigo, sin despojarse antes de la espada larga, era señal de intención de romper la amistad y las buenas relaciones; si el visitante entraba en esa casa sin dejar la espada larga, al momento de sentarse debía depositarla en el suelo, a su lado derecho y con el corte o filo hacia sí mismo. Dejarla en lado izquierdo era considerado como signo de intención agresiva, o de desconfianza hacia el dueño de la casa, mientras que dejar el sable en el suelo con la punta dirigida hacia alguien era una gravísima ofensa que se saldaba con un duelo a muerte; En cualquier caso no se consentía en modo alguno que alguien se sentase con la espada en la cintura, pues semejante gesto constituía un gravísimo insulto para todos los presentes; un samurai nunca tocaría una espada sin el permiso del propietario, pues era una ofensa grave que podía costar la vida; el saludo a su señor o daimyo debía ejecutarse en posición de rodillas seiza o tatehiza con la rodilla derecha en el suelo, porque desde esta postura es muy difícil desenvainar. Si efectuaba el mismo saludo con la rodilla izquierda en el suelo, era una señal de desconfianza hacia el otro, por lo que el samurai permanecía en actitud alerta con la rodilla derecha levantada, postura que le permitiría desenvainar con celeridad si fuera necesario. En resumidas cuentas, el samurai debía aprender y seguir al pie de la letra el protocolo estipulado, así como también mantener en todo momento un estado de alerta o vigilancia constante en todos los actos y momentos de su vida, porque en cualquiera de ellos podía surgir el ataque traicionero.

  • El Ritual de Combate.

    Los desafíos o duelos estaban permitidos, pero era obligatorio que uno de los dos participantes (a menudo ambos) muriese a manos del otro, sino se les cortaba la cabeza a los dos, por lo que no eran muy frecuentes. El combate a sable entre samuráis era un ritual regido igualmente por un rígido protocolo a seguir por los contendientes:

    En primer lugar, el samurai en el campo de batalla, elegía a su adversario procurando que tuviese su misma edad, su misma talla y su mismo grado o categoría; una vez frente a frente, se presentaba con toda dignidad a su enemigo, identificándose por su nombre, categoría, escuela, clan, detallando sus hazañas guerreras y hechos de armas de sus antepasados... para después comunicarle el motivo de su deseo de batirse en combate; a continuación ambos desenvainaban su katana y se aproximaban el uno hacia el otro hasta la distancia real del combate; seguía un lapso de tiempo más o menos corto, de observación mutua y concentración, en el que de repente surgía la acción relampagueante y definitiva. Los combates solían ser muy cortos (uno o dos ataques); acertar o fallar era sinónimo de vivir o morir en un segundo. Mientras duraba el combate, ninguno de los samurais presentes, de un bando o de otro, debía intervenir de ninguna manera. Pedir a un samurai que entregase su espada para examinarla, era una falta de delicadeza, pero no obstante, tal circunstancia estaba prevista en las reglas del protocolo.

  • Seppuku.

    El comportamiento social del samurai, como acabamos de ver, estaba sujeto a normas estrictas cuya omisión se reparaba en algunas ocasiones con el duelo a muerte, y en otras con el seppuku. Por ejemplo, cuando un samurai deseaba vengar una ofensa, se hacía el seppuku delante de la puerta de su enemigo, con lo que éste quedaba obligado a hacer lo mismo si no quería vivir en perpetuo deshonor y por tanto despreciado por todos. No debemos confundir el seppuku con el harakiri: Harakiri es simplemente el hecho de abrirse el vientre, mientras que el seppuku es una ceremonia de la que el harakiri es sólo una parte, si bien la más importante y decisiva. El seppuku está también inspirado en el código de honor de los samurais. La institución tenía carácter legal, y mediante ella le era posible al guerrero expiar sus crímenes, disculparse de sus errores, evitar la infamia, redimir a sus amigos o probar su sinceridad, con lo que no debe malinterpretarse como un acto de cobardía. Con ligeras variantes, según las circunstancias, el proceso era siempre el mismo: profunda incisión en el abdomen, mientras el samurai sujeta las mangas por debajo de sus rodillas con el fin de que el cuerpo no pudiese caer hacia atrás, dado que un guerrero debía morir cayendo de frente.

    La incisión se realizaba clavando una daga (wakizashi) en el abdomen, por el costado izquierdo, moviéndola hacia el derecho y finalmente, haciéndola girar dentro de la herida, cortando hacia arriba. El dolor era insoportable, a pesar de lo cual era difícil poder apreciar signos de sufrimiento en la faz del suicida. Este extraía el cuchillo y, al mismo tiempo, su padrino de ceremonia (kaishaku), que podía ser un amigo o un pariente, blandiendo una espada en el aire, le cortaba la cabeza de un tajo, finalizando con su vida y su atroz sufrimiento. El seppuku, por tanto, consistía en la culminación del máximo deseo de un samurai: dar gloriosamente su vida con honor y dignidad. Su carácter era testimonial y heroico, jamás producto de un fracaso y deseo de eludir sus consecuencias. En tanto que el suicidio occidental es un acto de cobardía, el seppuku es la acción de un valiente.

  • Dos Samurais Ilustres.

    No podemos concluir esta sucinta aproximación a este profundo y complejo mundo sin hacer referencia a algunos ilustres samurai. Quizás el más célebre de todos fue Miyamoto Musashi (1584 - 1645), cuyas hazañas han sido objeto de numerosas novelas y obras de teatro. Se dice que Musashi se retiró en 1643 a una gruta a meditar, y alcanzó un estado de discernimiento tal que le permitió escribir su obra capital, el Gorin-no-Sho, o Tratado de los Cinco Anillos, una obra sobre las artes marciales y principalmente sobre las técnicas del sable (Ken-Jutsu), en la que Musashi preconizaba el uso del sable grande y pequeño al mismo tiempo, uno en cada mano, técnica difícil de la que explica los motivos y los movimientos. La "Vía" que propone Musashi es la del Hyohô, un concepto global de la vía del sable según el cual se debe buscar la alianza entre el espíritu y la técnica, los cuales no pueden estar separados del hombre, así como también la plena confianza en uno mismo. Según Miyamoto Musashi, el concepto de Hyohô puede aplicarse a todas las disciplinas concebidas como "arte de vivir y de morir", siendo un concepto equivalente al del moderno que se encuentra en la mayor parte de las artes marciales japonesas (karate-dô, judô, aikidô, kendô...).

    Igualmente célebre es el escritor Yukio Mishima, el auténtico "último samurai" de la historia del País del Sol Naciente. El 25 de Noviembre de 1970, Yukio Mishima, acompañado de cuatro seguidores, penetró violentamente en el Cuartel General del Ejército en Tokio y mantuvo secuestrado al general Mashita, jefe del ejército nipón. Se trataba del secuestro más breve y extraño de la Historia, ya que debía durar sólo dos horas, lo suficiente como para que Mishima pudiese reunir y arengar a los mil soldados de la guarnición e, inmediatamente después, hacerse el seppuku en presencia del general, tras lo cual los otros tres hombres devolverían a Mashita sano y salvo.

    Este seppuku tenía carácter testimonial y pretendía reprochar al Ejército japonés el hecho de tener en olvido la institución imperial y al pueblo japonés el dejarse embaucar por la sociedad de consumo, echando en el olvido las viejas tradiciones. La alocución de Mishima desde la terraza del cuartel resultó un fracaso debido a que las agencias de información, enteradas del suceso, enviaron unos helicópteros que sobrevolaron el lugar del mismo y su estruendo, unido al ruido de las sirenas de la policía y de las ambulancias que iban a recoger a los militares heridos en el asalto, impidieron que éste pudiera ser escuchado con claridad. No obstante, si bien la alocución fracasó, el resto del plan se desarrolló perfectamente y Mishima seguramente se habría alegrado de saber que su seppuku había logrado el poco envidiable récord de profundidad y amplitud de la herida de los realizados en este siglo, alcanzando los 13 centímetros, según se supo por la autopsia del cadáver. Este suicidio había sido planeado por él con muchos años de anticipación y con total lucidez. Ya en la II Guerra Mundial se enroló voluntariamente en las escuadrillas de Kamikazes y sólo una enfermedad de última hora impidió que se estrellase con su aparato sobre algún barco americano. Creó un ejército privado, una Sociedad Secreta llamada Tate-no-Kai (Sociedad del Escudo) para proteger al Japón, y especialmente al emperador, de la embestida occidental. Este ejército no usaba armas, siendo todos sus miembros practicantes de artes marciales. El mismo Mishima era un gran practicante de artes marciales y poseía el quinto Dan de Kendô y el primer Dan de Karate-dô.

  • Bibliografía Utilizada:
    • Camps, Hermenegildo. Historia y Filosofía del Karate. Barcelona: Editorial Alas (págs. 265 - 297).
    • Frederic, Louis. Diccionario Ilustrado de las Artes Marciales. Madrid: Editorial Eyras, S.A.
    • Graf Dürckheim, Karlfried. Japón y la Cultura de la Quietud. Bilbao: Mensajero.
    • Ríos, Carmelo H. (recopilador) El Espíritu de las Artes Marciales. Barcelona: Ediciones Obelisco, S.A.
    • Santos Nalda, José. Aikido. Fundamentos. Barcelona: Editorial Alas.
    • Santos Nalda, J. Iniciación al Zen. Bilbao: Mensajero
    Para más información sobre el tema online, se recomienda el siguiente enlace: http://www.samurai-archives.com/

La Música

La música suele jugar un papel de vital importancia en películas del tipo de El Último Samurai, ya que brinda al compositor la oportunidad de lucirse, y de crear una composición de tintes dramáticos y épicos, que ayuden a situar la historia, a acentuar las emociones de los personajes, y a acompañar en definitiva la narración con más o menos protagonismo. Tanto el trabajo de John Barry para Dances with Wolves como el de James Horner para Braveheart son claros ejemplos de bandas sonoras que saben aprovechar al máximo sus posibilidades, adaptándose a la perfección a las imágenes de sus respectivos filmes, aportando bellísimas melodías que forman parte de la historia del séptimo arte.

Han pasado tres años desde que Zimmer diera su contribución al género con Gladiator, la magnífica película de Ridley Scott que, al día de hoy, es recordada tanto por la bellísima y poderosa música de Zimmer como por su cuidada ambientación, su trepidante tempo narrativo y la excelente interpretación de Russell Crowe. Desde entonces, la producción musical del compositor alemán ha ido en líneas generales más encaminada a la experimentación y búsqueda de nuevas fórmulas musicales antes que a la repetición del estilo que le dio reconocimiento internacional, secundado la mayor parte de las veces por un buen número de colaboradores, lo que, en algunos casos concretos, ponía en duda el grado de implicación de Zimmer en las tareas de composición. Y aunque la mayor parte de estos trabajos cuentan con momentos memorables que nos devuelven al Zimmer inspirado y grandilocuente, en líneas generales no se acercan cualitativamente al nivel de Gladiator y los últimos trabajos que precedieron a ésta, tales como La Delgada Línea Roja, El Príncipe de Egipto o El Pacificador.

The Last Samurai partía por tanto, a priori, como un proyecto ideal para que Zimmer volviera a lucirse como sólo él sabe hacer, ya que le permitía volver al género épico que tan bien domina y que tan bien casa con su peculiar e inimitable estilo. Además, este trabajo le permitiría abordar de nuevo la civilización nipona, a la que Zimmer ya se aproximó, hace catorce años, en el magnífico thriller de Ridley Scott, Black Rain. Con todos estos elementos a su disposición, era muy difícil que el maestro alemán decepcionara, y no sólo no decepciona, sino que nos ofrece la que podría considerarse su mejor banda sonora de los últimos años, así como uno de sus trabajos más perfectos y elaborados.

Hans ZimmerThe Last Samurai es un trabajo precioso, en el que Zimmer toma lo mejor de los momentos elegíacos y serenos de La Delgada Línea Roja para acentuar el elemento dramático de la historia de Zwick y lo mejor de los momentos vibrantes y enérgicos de Gladiator para acentuar el elemento marcial y también tribal de la película. No se trata, sin embargo, de una "mezcla de Gladiator y La Delgada Línea Roja", como se podría deducir por las más que obvias concomitancias entre estos dos scores por un lado y The Last Samurai por otro. Nos encontramos ante el trabajo de una persona que se encuentra en su momento de mayor madurez creativa y musical de toda su prolífica carrera, y pese a los motivos recurrentes que podamos encontrar, inherentes a su personal estilo, The Last Samurai supone el trabajo más inspirado y complejo de cuantos haya hecho Hans Zimmer en toda su carrera.

Para empezar, The Last Samurai es un trabajo que cuenta con una encomiable riqueza temática que nada tiene que envidiarle a Gladiator. Zimmer se las ingenia para crear cuatro patrones melódicos claramente diferenciables. En primer lugar, está el tema de Nathan Algren, majestuoso y emotivo, que describe al personaje como alguien con un profundo sentido del honor y valentía. Es un tema muy en la línea del estilo de este compositor, con reminiscencias a Gladiator, y de gran belleza, que puede escucharse desde el primer corte, y que aparecerá de manera destacable en los cortes Spectres in the Fog, Safe Passage, Red Warrior y The Way of the Sword; en segundo lugar encontramos el tema de amor de Algren y Kata, que guarda similitud con los momentos más contemplativos y serenos de La Delgada Línea Roja, y que puede escucharse principalmente en el corte A Way of Life, Taken, A Hard Teacher, Idyll's End y A Small Measure of Peace. Se trata de un tema de carácter elegíaco, muy triste, que induce a la reflexión y la nostalgia, y que delata la dificultad que supondrá para ambos ahondar en una relación que en un principio parece estar abocada al fracaso; en tercer lugar, el tema de los samurai, que aparece reiteradamente a lo largo de todo el score como leit motif evidente. Se trata de uno de los temas más destacables del álbum, realmente maravilloso, especialmente cuando está secundado por la base de cuerdas del koto y la imponente masa rítmica de los tambores taiko. Es realmente un tema grandilocuente, de aparente sencillez y sobriedad, muy en consonancia con el espíritu samurai, imbuido de la espiritualidad Zen, aunque no por ello carente de emotividad, y que Zimmer va presentando con sutiles variaciones. Cada una de estas variaciones describe a la perfección el papel de los samurai en esta historia, un papel heroico y digno, pero al mismo tiempo triste y también triste, elegíaco. Se trata de una casta de guerreros que luchan una guerra que están abocados a perder, y sin embargo no ceden. Como eje sobre el cual gira el score, este tema acucia más que ningún otro el desarrollo de la historia, ya que sus distintas presentaciones evocan emociones muy distintas: marciales, épicas, como en Spectres in the Fog, Taken, To Know My Enemy; serenas, pausadas, rebosantes de quietud, como en A Hard Teacher; y trágicas, como en The Way of the Sword, lo cual anticipa un posible trágico final para los guerreros en el desenlace de la historia; finalmente encontramos un último patrón melódico que parece describir la evolución experimentada por Nathan Algren al abrazar el espíritu del código Bushido, y que por tanto podría considerarse como el tema de El Último Samurai. Se trata de un tema majestuoso, conmovedor y de una belleza absoluta, tanto en sus momentos de mayor contención emocional (A Hard Teacher, A Small Measure of Peace) como en aquellos otros en los que despunta por su fuerza y glorioso dramatismo (Red Warrior, Idyll's End).

The Last Samurai es una historia que combina elementos épicos y dramáticos, y la música se adecua a la perfección a los requisitos de la película. A diferencia de otros scores del mismo compositor, en los que encontramos una mayor fragmentación en la presentación de los distintos motivos temáticos, en The Last Samurai Zimmer va haciendo uso de uno y otro patrón temático con pasmosa facilidad y maestría, dejando que un tema de paso al siguiente, o alternando distintos patrones sucesiva o simultáneamente, según lo requiera la historia. El resultado de este fantástico uso de los distintos temas es una banda sonora compacta y con una mayor cohesión que cualquier otra banda sonora compuesta por Zimmer en su carrera. Todos y cada uno de los temas comentados se van alternando y encuentran algún momento en el score para lucirse y sobresalir. De hecho, no existe ningún tema en este trabajo que no cuente con algún momento destacable. Zimmer siempre se ha caracterizado por su habilidad para apelar a los sentimientos del oyente, y The Last Samurai no es ninguna excepción.

Otro de los grandes aciertos de este score está en su hábil combinación de instrumentos étnicos, sintetizados y orquestales. Si en Gladiator el elemento electrónico cobraba un especial protagonismo durante buena parte de la música, en The Last Samurai encontramos un mayor balance en lo que a las distintas sonoridades de este trabajo se refiere. Recordemos que no es ésta la primera vez que Zimmer se acerca musicalmente a la cultura nipona. En 1989 compuso la banda sonora de Black Rain, en la que ofreció un interesante trabajo con sonoridades exóticas a base de sintetizadores exclusivamente. En posteriores trabajos, Zimmer volvería a abordar sonoridades asiáticas, utilizando instrumentos étnicos como la flauta Shakuhashi o los tambores taiko, como por ejemplo en el score de Pearl Harbor, para ilustrar el ataque japonés. Sin embargo, es en El Último Samurai donde Zimmer logrará aprovechar al máximo las posibilidades sonoras que le ofrece el folklore musical nipón, fusionando con mayor fortuna si cabe estas sonoridades exóticas con las de la orquesta. Dicho de otro modo, The Last Samurai le permite a Zimmer explorar las raíces musicales japonesas como nunca antes lo había podido hacer, gracias al imponente uso de los tambores japoneses y los coros de guerra para narrar los cruentos enfrentamientos entre las tropas imperiales y los samurai. De este modo, podemos asegurar que si las partes más íntimas de este trabajo emocionan y llegan al alma, las partes más enérgicas estremecen y conmueven de un modo inaudito, como únicamente Zimmer es capaz de conseguir.

Y es que no encontramos diferencias cualitativas durante los once cortes de que consta este trabajo. Zimmer mantiene el nivel durante todo el score, de tal manera que se me hace muy difícil la selección de uno u otro tema, ya que en realidad todos son destacables, por un motivo u por otro. El corte que abre el álbum, A Way of Life, es una preciosa introducción a la historia, y también una presentación de varios de los distintos temas que encontramos en el CD, como el tema de Algren o el tema de amor entre Nathan y Kata. El segundo corte, Spectres in the Fog, introduce por vez primera en todo su esplendor el tema de los samurai, secundado por las cuerdas del koto. Este tema va apareciendo en mayor o menor grado de desarrollo en los siguientes cortes, ya que es el tema que da cohesión a la historia, alternándose con otros motivos. La primera mitad del album es de corte reflexivo en términos generales, aunque encontremos momentos de mayor intensidad dramática y épica que acompañan a la perfección aquellos otros de mayor calado emocional. La finalidad de la música es describir la austeridad, dignidad de la forma de vida de estos guerreros, marcando además la primera toma de contacto del personaje interpretado por Cruise con estos guerreros. Es una música serena, imbuída en el espíritu Zen, en la que también encontramos momentos más poderosos que contrastan con dicha serenidad. La música alterna ambas tonalidades con la misma facilidad que el samurai pasaba del silencio a la acción. Las partes más enérgicas no están exentas de esa dignidad, de ese espíritu, presente en todo el score. Es una música que acentúa, principalmente, la dignidad de los samurai. Merece una mención especial esa maravilla titulada To Know My Enemy, en la que Zimmer emplea una voz femenina como lamento consiguiendo un efecto evocador realmente conmovedor, hasta que entra en un primer plano el tema de los samurai en todo su esplendor. La segunda mitad, por el contrario, tiene un carácter más marcadamente marcial, heroico, y también trágico. Safe Passage es uno de los temas más destacables de todo el CD, ya que incluye los cuatro motivos temáticos del score. Se trata de un tema trepidante muy en la línea del tipo de música de acción en la que Zimmer es todo un maestro. Es en este corte donde encontramos un mayor desarrollo del tema de Nathan Algren. El siguiente tema, Ronin, es un corte de transición, con un uso impresionante de los tambores taiko, sonando todos al unísono con una fuerza apabullante, que da paso al que considero es el momento con mayúsculas de esta obra maestra, Red Warrior. Al igual que en Safe Passage, Red Warrior presenta los cuatro motivos temáticos principales de la banda sonora, sólo que en esta ocasión los dos motivos principales, el de los samurai y el de El Último Samurai, están secundados por una percusión arrolladora y por los impresionantes coros de guerra de los soldados bushi. El efecto que consigue es como si estuviéramos presenciando in situ una batalla de proporciones épicas, y de hecho es uno de los temas más apoteósicos de toda la carrera musical de Hans Zimmer. Se trata sin duda de un recurso original y fresco que además produce un efecto impactante y arrebatador. En las artes marciales se hace frecuentemente uso de este "grito" o kiai como forma de acumular, condensar y liberar energía a la vez que se golpea o embiste, y el efecto es realmente brutal. Por si esto no fuera suficiente, el penúltimo corte, The Way of the Sword, no se queda atrás, y, tal y como ocurriera en el célebre corte The Battle de Gladiator, Zimmer no concede un momento de respiro en este arrebato de emoción espectacular y trepidante, que contiene uno de los adagios más hermosos de toda su carrera, muy en la línea de ese clásico inmortal que es Journey to the Line. Increíble. El último corte, A Small Measure of Peace, recobra el tempo calmado y lírico del prólogo, y cierra a la perfección un trabajo redondo.

En resumidas cuentas, The Last Samurai es un trabajo de referencia inevitable dentro de la carrera de Zimmer, en el que el compositor demuestra que ha llegado a un nivel de madurez personal digna de elogio, y también que todavía es capaz de emocionarnos con un trabajo tan perfecto como éste, tanto en sus momentos íntimos, que toman lo mejor de La Delgada Línea Roja, como los momentos más álgidos, que toman lo mejor de su muy especial estilo dinámico que hasta ahora tenían como principal referente a Gladiator. Y, se me olvidaba, The Last Samurai es un trabajo que demuestra lo equivocados que estaban aquellos que pensaban que el maestro alemán era incapaz de hacer nada de calidad sin la colaboración de alguno de sus colaboradores de Media Ventures. Es más bien todo lo contrario: es cuando trabaja sólo que consigue trabajos de la rotunda perfección de éste que nos ocupa, y The Last Samurai es la prueba palpable de esta evolución, así como del hecho de que Zimmer ha llegado a un nivel al que ninguno de sus protegidos podrá ni si quiera aspirar en mucho tiempo.

Lo Mejor: Todo.

Lo Peor: Nada.

El Momento: Hay muchos momentos, pero si realmente tengo que quedarme con uno en concreto elegiría sin dudarlo un segundo el que está comprendido entre el primer y el segundo minuto de Red Warrior.

Luis Fernando Rodríguez Romero

 
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