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Dead Poets Society

Dead Poets Society


Título en español: El Club de los Poetas Muertos
Compositor: Jarre, Maurice
Año: 1989
Distribuidora: Milan
Duración: 49:12

Muy Buena
Tracklist:
  1. Carpe Diem (04:47)
  2. Neal (03:16)
  3. To the Cave (02:34)
  4. Keating's Triumph (05:55)
  5. Football Training - 9th Symphony, 4th Mouvement: Hymne à la joie (02:30)
  6. Building the Barn (from Witness) (04:59)
  7. Prelude (from The Year of Living Dangerously)(02:17)
  8. Death of a Child (from The Year of Living Dangerously) (05:05)
  9. Kwan (from The Year of Living Dangerously) (7:03)
  10. Kwan's Sacrifice (from The Year of Living Dangerously) (7:57)

Por manida que esté, la frase “ya no se hacen películas como las de antes” parece que cada vez es más cierta. Los proyectos que llegan a nuestras carteleras ya no inscriben sus títulos con grandes letras en la historia del Séptimo Arte, sino que más bien pasan desapercibidos. Incluso las que terminan alzándose con grandes premios como el Oscar, el Globo de Oro o los de festivales como Cannes, Venecia, Berlín o San Sebastián al poco son olvidadas por la mayoría. Pero esto no siempre fue así…

No hace falta remontarse al siempre socorrido periodo de la Edad de Oro de Hollywood, aquellas maravillosas décadas de los cuarenta o los cincuenta que descubrió a tantos grandes cineastas delante y detrás de las cámaras. Tan sólo hace 20 años, a finales de la década de los 80, podíamos encontrar en un mismo año muchas películas que hicieron historia. Por ejemplo, un año como el 89 nos dejó la tercera de las aventuras de Indiana Jones, nos presentó a un nuevo Batman, vimos a un hombre tener fe y construir un campo de baseball en medio de un maizal, supimos de la dureza del regreso a casa para un veterano del Vietnam o entonamos una frase que traspasaría el umbral de las salas de cine… “Carpe Diem”, disfruta el momento!

 

 

PosterEl Club de los Poetas Muertos

Pocas películas consiguen traspasar lo estrictamente cinematográfico para convertirse en un fenómeno social. Y muchas menos pueden jactarse de haberlo conseguido gracias al mensaje que encerraba su metraje. En aquel brillante 1989 para el arte y la industria cinematográfica, una película sencilla y poco pretenciosa como “El Club de los Poetas Muertos”, se convertiría en la inspiración de miles de jóvenes en todo el mundo. La historia de un entregado profesor de literatura que, en el seno de un estricto y arcaico colegio privado americano, intenta inculcar a sus pupilos las cualidades que un ser humano ha de tener para considerarse independiente, las que hacen de él un libre pensador, y de los alumnos que siguieron sus pasos, tocaron el alma de casi todos aquellos que fueron a verla, que supieron saborear el mensaje de libertad que evocaban sus imágenes.

Peter Weir, por aquel entonces ya un más que respetado director, se atrevía con esta historia que aunque de contenido contemporáneo se refería a otra época en principio superada. Lo hacía contando con un reparto plagado de jóvenes valores, desconocidos para el gran público, arropados por un selecto grupo de secundarios de lujo y de un actor, una gran estrella, en busca de su reafirmación más allá de un género, la comedia, donde ya lo era todo: Robin Williams. El resultado para ellos iba a ser mucho más del esperado, pues varios de los descubrimientos de Weir luego labraron una carrera de prestigio, como Ethan Hawke (Training Day), sin duda el más famoso de todos hoy en día, Robert Sean Leonard (House, en televisión) o Josh Charles (Four Brothers); y Williams, no sólo consiguió el respeto que anhelaba, sino que además sumó su segunda nominación al Premio de la Academia como actor principal (la primera había sido por “Good Morning Vietnam”). Su profesor Keating, se convirtió en el modelo de profesor ideal para todo aquel que buscaba en las materias de su curso algo más que una nota, y no había alumno que no conociera el significado encerrado en aquellas dos palabras originales del latín: carpe diem. El mensaje, el apremio de disfrutar de cada momento de la vida como algo único, el buscar aquello que nuestro espíritu anhela y necesita, superando para ellos cualquier obstáculo, conseguiría calar en muchos que partieron en busca de sus metas personales.

Peter Weir dando instrucciones a Robin Williams durante el rodajePero el filme, además, es de esas películas que suponen lecciones maestras en muchos aspectos. La fotografía del filme, dominada por los colores ocres del otoño y, posteriormente, por el blanco y pálido invierno, es toda una lección técnica y artística; por no hablar de su extensa labor de ambientación y, como no, de la maestría de Peter Weir tras la cámara, otorgando a cada plano su valor adecuado y a cada movimiento su preciso momento. Y entre tanta lección magistral, el apartado musical no podía obviar la oportunidad. Maurice Jarre, colaborador habitual del realizador australiano desde que sus caminos se cruzaran por primera vez con El Año que Vivimos Peligrosamente, supo dibujar un cuadro sonoro más que apropiado para el filme, convirtiéndose en un elemento fundamental para transmitir el mensaje de la película.

 

La maestría de lo sencillo

De todos los títulos que tienen el honor de haber contado con Jarre en el apartado musical, me atrevería a asegurar que éste es el que menor cantidad de música contiene. Poco más de quince minutos de score conforman la aportación del maestro francés al filme, aunque no por ello su valor es menor.

Los chicos del ClubJarre se enfrentaba al cometido de ir mucho más allá del mero subrayado musical. La presencia de la música en el filme es tan reducido, son tan pocas las secuencias que cuentan con ella, que éstas cobran una especial significación. En la mayoría de esas escenas, Jarre y su música quedan totalmente asociados al concepto de libertad, esa idea que Keating intenta inculcar en unos alumnos oprimidos por sus profesores, su ambiente escolar y, por extensión, las pretensiones de sus propios padres (sobre todo en el caso de Neal). Así, podemos hablar de un solo tema central que representa esa libertad perseguida y que en cada personaje supone algo diferente. Una primera aproximación a ese leit motiv es interpretado por instrumentos solistas, un harpa en sus tonos más agudos y por una flauta. Lo escuchamos acompañando a Knox en sus salidas en busca de Chris, su amada, o durante la obra de teatro de Neal, donde se muestra realmente su alma.

Keating en una de sus clasesFinalmente, ese delicado tema se convierte en un himno, en el canto de guerra pacífica de unos jóvenes en contra del sistema que establece rígidas fronteras, y que con su acto de sencillo levantamiento al subirse a las mesas y clamar el nombre de su respetado mentor, hacen lectura silenciosa de todo un manifiesto en defensa de la libertad de afirmación personal del ser humano. Acerca de esta secuencia, el propio director del filme escribe en las notas del libreto de la edición discográfica que Jarre “tenía que escribir con su música el diálogo final del filme, traducir a notas los sentimientos de aquel grupo de alumnos que se pusieron en pie a favor de su profesor”. Jarre, como no, consigue con éxito transmitirnos las emociones que cada cara nos sugiere, de cada mirada de orgullo de Keating hacia sus alumnos, de la impotencia de cada uno de los gritos del Sr. Nolan, el estricto y anquilosado director del colegio. Jarre inicia el largo corte de más de cinco minutos de la misma manera que suena en el resto del filme. Con la melodía en manos de ese instrumento solista… pero algo hay diferente: suenan contrapuntos al tema creando un ambiente de tensión que culmina con la aparición de las cuerdas y la percusión tradicionales, recogiendo el testigo de ese sonido electrónico para elevarlo, en un sostenido in crescendo, puntuado de apariciones de los sintetizadores, hasta convertirse en el grito de libertad y orgullo. La culminación de ese levantamiento la ofrece un grupo de gaitas que, si bien durante el fin han significado los conceptos más tradicionalistas de la sociedad que se nos muestra, aquí se convierten en líderes del nuevo orden. Una vez se funde a negro y los créditos del filme comienzan a aparecer, Jarre se mantiene fiel a la formación sinfónica para dejarnos de esa forma con un aliento de esperanza, con la reafirmación de que la lucha por la libertad sea cual sea el escenario, es siempre valiosa en si misma.

Oh, Capitán, mi Capitán!

A pesar de la corta duración del score del filme, podemos disfrutarlo gracias a que el sello Milan decidió publicarlo junto a cortes de otros filmes del Maestro, como Unico Testigo (Witness) y El Año que Vivimos Peligrosamente (The Year of Living Dangerously), ambos títulos dirigidos por el Peter Weir. Son cuatro los temas de El Club de los Poetas Muertos que aparecen en el disco, además del conocido Himno a la Alegría de Beethoven, que suena en el filme durante el entrenamiento de fútbol. Los dos primeros, “Carpe Diem” y “Neal”, desarrollan el tema principal en su versión más sencilla, mientras que el himno final queda en el titulado “Keating’s Triumph”. El corte restante, “To the Cave”, nos presenta una melodía que no se repite en la película y que se refiere a la primera escapada de los jóvenes a la cueva donde se realizan las reuniones del club. Comienza con un sonido grave, un solo masculino que termina por romper a una melodía sobria con cierto toque de fantástico, que acompaña adecuadamente a unas escenas donde la silueta de los muchachos se recorta contra la luz de la luna y una densa niebla, como si de espíritus se tratase.

La vida desde otra ópticaEn pocas ocasiones se podrá afirmar con mayor rotundidad las excelencias de la utilización de la música en un filme. Por hábito, estamos acostumbrados a aplaudir aquellos trabajos que subrayan largos segmentos de un filme, pero en esta ocasión podemos hacer nuestro el también manido pero efectivo dicho de lo bueno, si breve, dos veces bueno. Con otras palabras, Jarre y Weir son conscientes en el filme del impacto de la música y lo aprovechan con maestría, dándole presencia allí donde realmente puede marcar una diferencia. Todo un ejemplo, otro más, a seguir dejado como legado por parte del Maestro Jarre.

 

Lo mejor: sin duda, la efectividad de la música en las secuencias en las que se hace presente en el filme.

Lo peor: sinceramente… NADA.

El momento: o, mejor dicho, dos: la primera vez que Knox se escapa del colegio en busca de Chris (ese plano maravilloso del muchacho bajando con la bicicleta una colina de tonos ocres, ahuyentando a las aves posadas en ella) y, como no, la secuencia final, con el tema central adoptando esa cualidad de himno a la libertad.

Juan Antonio Martín.

 

 
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