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Molly’s Game

Daniel Pemberton
     
Año:   2017
Sello:   Sony Classical
Edición:   Normal
Nº Tracks:   20
Duración:   55:03
     
Ficha IMDB
Web del Compositor
 

 

Reseña por:
Fernando Fernández

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1. Staring Down a Mountain (3:56)
2. Raided (2:15)
3. Molly’s Journey (1:56)
4. Set It Up (2:46)
5. Play Your Hand (2:46)
6. Area Codes (2:32)
7. Cut the Pack (2:55)
8. Red & Black (2:40)
9. Pocket Kings (1:51)
10. The Rake (2:12)
11. House of Cards (3:57)
12. It Had to End (2:25)
13. The Playmates (2:20)
14. The Russians (3:23)
15. Molly’s Dream (1:06)
16. Intruder (2:54)
17. Scars (3:02)
18. Beyond Your Means (2:24)
19. Therapy Session (2:44)
20. All the Beauty in the World (5:08)

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«Staring Down a Mountain»

 

«Pocket Kings»

 

«All the Beauty in the World «

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La fuerza, la potencia y ritmos que derrocha Pemberton por doquier. Pocos compositores actuales son capaces de moverse en los terrenos más clásicos y delicados para luego convertirse en este auténtico maestro del jazz/funk setentero rítmico y agresivo.

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Alguno le achacará la falta de un tono más emocional. Evidentemente no es la idea ni de la película ni del personaje. Su acercamiento es más clínico y más duro. Y la historia se centra en las acciones y en sus resultados. Pero también es evidente que ese motivo para Molly perfila la necesidad de ayudar a enfocar y acercar el carácter humano a la audiencia, algo que la música busca en pocos momentos, pero probablemente sería menos variada y más aburrida.

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Muchos y de muchos tipos. Pero directamente me quedo con esa pieza inicial, “Staring Down a Mountain”, que nos coloca en el disparadero de la historia y en la mente de lo que persigue su protagonista, en un tren a toda velocidad del que es complicado, y muy difícil, bajarse. Simplemente nos queda dejarnos llevar por ese ritmo infeccioso.

BSOSpirit opina

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Nota media: 7,78

Ángel Aylagas (7), Josep Manel Blanch (8), Fernando Fernández (8), Asier G. Senarriaga (9), Óscar Giménez (6), Juan Ramón Hernández (8), Jordi Montaner (7), David Sáiz (8)

 

Ritmo y percusión. Electrónica y jazz. El sonido de los instintos

Por si alguien alguna vez me acusa de ser un clasicón y de que sólo me gusta cierto tipo de música para el audiovisual, aquí llega uno de esos momentos para fastidiarles. Me encanta eso de lanzar bolas curvas de vez en cuando. Pero, principalmente, porque con composiciones de este tipo da gusto disfrutar. Es una pena que a mucha gente no le guste salir de su zona de confort con más frecuencia para intentar descubrir y disfrutar con la gran multitud de cosas que la vida tiene que ofrecer. Y sobre todo la crítica por la crítica sin intentar comprender o entender más allá. Hala, charla dada… Toca entrar en detalles.

Y es que a finales de año nos llegaba el debut como director del guionista Aaron Sorkin, uno de los nombres más interesantes que ha dado el cine y la televisión en los últimos años. El resultado, conociéndole, no podía ser otro que una historia cargada de esos personajes y tramas repletos de rápidos diálogos… contundentes y directos. En esta ocasión Molly’s Game nos introduce de lleno en un submundo basado en la historia real de Molly Bloom. El terreno en el que predan los amantes y enfermos del juego. Específicamente en el poker de alto riesgo por el pululan las clases más adineradas. Y es que con sólo conocer detalles de la historia de esta esquiadora olímpica que manejó uno de los juegos de póquer con alta apuesta más exclusivo del mundo durante más de una década antes de ser arrestada, en el que sus relaciones incluían a la realeza de Hollywood, estrellas del deporte, titanes de los negocios y la mafia rusa. Y cuyo único aliado fue su abogado defensor, Charlie Jaffey. Es una historia nacida para ser llevada al cine.

Para acompañar y proporcionarle vida a esta historia, Sorkin a contado con el talento de Daniel Pemberton, uno de los compositores más originales y que más en forma se encuentra actualmente. Y el resultado es una de las partituras más rítmicas y brillantes del pasado año. Los amantes de las melodías, las grandes emociones orquestales y los sentimientos que se olviden de encontrar nada de eso aquí. Las palabras clave de esta banda sonora son ritmo, tensión y movimiento. En un mundo en el que todas las apuestas son altas y arriesgadas, la única manera de seguir viviendo es yendo hacia adelante. Y la música, literalmente, nos arrastra con ella. Pemberton realiza un trabajo impecable en una banda sonora que sirve de ejemplo perfecto de cómo no siempre es necesario un componente temático ni melódico para generar y ayudar al desarrollo de trama, tensión y personajes.

El tono de la partitura es claramente el de un jazz setentero. Con momentos que no tienen reparos en fundirse con ritmos más funky y juguetones. Y una música que respira a través de las cuerdas de la guitarra y una incesante variedad de ritmos, tanto sintéticos como acústicos, que nos van dejando sin aliento. Básicamente toda la banda sonora se mueve en dos niveles de acción. Uno directo, seco y contundente, y otro más atmosférico y evocador que crea suspense y tensión. Única y exclusivamente recurriendo a ese sonido setentero en estilo, que no en cuanto a desarrollo. Principalmente, porque el sonido no es en absoluto retro, sino muy moderno y actual. En especial con las múltiples variaciones que incluye en cuanto a la presencia de la guitarra eléctrica y la batería, como principal base con los que juega a la hora de variar esos tonos.

Entrando más en detalle, la banda sonora aporta muy diversas atmósferas de tensión y suspense, con las que Pemberton busca crear desasosiego e intranquilidad. Para ello juega con múltiples distorsiones y notas largas en la guitarra y que podemos apreciar desde el comienzo en momentos como “Raided”, en la que la guitarra es básicamente la única protagonista. Con múltiples líneas y variaciones que permiten generar esa atmósfera de expectación y suspense.  Otras son mucho más rítmicas, como “Pocket Kings”, y sí, puro jazz-rock que nos va llevando a ese mundo tan exclusivo, o “The Rake”, más basada en la electrónica y las distorsiones. Pero con ese tono de espera tensa en el que parece que algo esté apunto de suceder y pasar. Aunque en ocasiones no tenga reparos en entrar en terrenos mucho más puramente atmosféricos como con “Intruder” o “Scars”, en el que incluso se permite el acceso a un cierto tono melancólico, sin abandonar esa sensación rítmica y de progresión constante que se encuentra a todo lo largo de la banda sonora.

Profundizando algo más, puede parecee que la música juegue entre esos polos del suspense y del ritmo sea excesivamente repetitiva o aburrida. Nada más lejos de la realidad. Es más, probablemente sea más fácil achacarle una cierta falta de foco por la multitud de palos y estilos que presenta dentro de su paleta. Así nos encontramos con momentos en que la electrónica y lo sintético parecen que van a ser responsables de tomar el control de la partitura. Especialmente con piezas como “Area Codes”. Temas con una electrónica más prominente y que le proporciona una ambientación más urbana y moderna en su desarrollo. Pero normalmente solo termina siendo un apoyo o base puntual al resto de la banda sonora. En general la música tiene un carácter mucho más directo y agresivo. Con momentos que se encuentran casi más cercanos al rhythm & blues como “Set It Up”, “Play Your Hand” o “Red & Black”. Mientras que en ocasiones la música adquiere un carácter tremendamente afilado como “House of Cards” o “ The Russians”. En estos momentos en que la trama se pone en marcha, con todos los protagonistas buscando la mejor posición o realizar sus movimientos, la música nos asalta. Todo es pura acción, movimiento. Estamos en un mundo en el que el trapicheo y la conspiración son la actitud habitual y un modo de vida. Estamos cargados de sensaciones que no nos permiten descanso ni pausa. Siempre hay algo en marcha, algo ocurre, las piezas se mueven… o si no, estás fuera del juego y desaparece. Incluso es fácil apreciar cómo la música tiene un fuerte carácter de juego y diversión. Proporcionando esa sensación de jugárselo el todo por el todo, para sentir la adrenalina y la tensión fluir. Incluso con momentos casi exagerados, como el juego entre guitarras y el saxo en las lineas melódicas principales de “Cut the Pack”. Casi como si un ultra moderno Morricone y su clásico aire de western fueran los protagonistas de un enfrentamiento.

Entrando más al detalle, no todo es ritmo sin freno y cambios de estilo. Es más, dejando a la banda sonora fluir con su propio ritmo es fácil observar cómo las variaciones se producen de forma muy paulatina, con muchas ocasiones donde los estilos permanecen más allá de un tema o momento. Y eso también lo hace con ciertos momentos de respiro en los que proporciona tonos evocadores y de cierta melancolía. Para ello, además, crea un motivo más cercano y humano para Molly que se convierte en la base de ciertos momentos que nos permiten respirar antes de volver a meternos en el juego. Primero lo escuchamos en “Molly’s Journey” con la guitarra rítmica y la steel encargándose de crear ese tono más cercano y evocador. Incluso abandonando totalmente los ritmos totalmente, como en “It Had to End” para poder proporcionar ese cierto tono de melancolía o de pérdida, un detalle que refuerza aún más en “Molly’s Dream” con la aparición del piano, y en “Scars”. Aquí la música se aleja de este mundo de las grandes apuestas y el dinero, para centrar su mirada en el personaje central y su viaje, de manera que la música parece querer completar la evolución del mismo musicalmente a través de “Therapy Session”, donde el motivo de Molly se traspasa a la guitarra eléctrica en su parte final, tras algunos de los momentos más delicados y tranquilos de toda la banda sonora. El viaje concluye en “All the Beauty in the World”, en el que su motivo se presenta de una manera mucho más desarrollada y completa, en una pieza que se mueve con un brillante crescendo de intensidad, dejando totalmente de lado el tono más directo y agresivo de la banda sonora, y buscando simplemente ser concluyente y definitivo. Pero centrado en el personaje de Molly y no en ese mundo en el que se movía.

Es evidente que Molly’s Game es una de esas bandas sonoras en que el tono positivo, por encima de la seriedad del tema y la historia, es realmente elevado. Esto hace que la música sea tremendamente atractiva para cualquier aficionado, a pesar de utilizar melodías y temas, sino basándolo todo en el ritmo y la interpretación de los mismos. Con momentos en que es casi inevitable no dejarse llevar por el ritmo de alguna manera. La música es muy contagiosa y positiva. Con ese sonido en el que parece que estamos presenciando algún tipo de robo o estrategia de intriga, que cuando se hace con clase y calidad (como aquí Pemberton), el resultado es bastante espectacular.

Es una de estas bandas sonoras que no recomiendo ponerse mientras uno va conduciendo por la carretera, bajo el riesgo de que su ritmo y electricidad se contagie al pie y al acelerador. Permitiéndose el incluir ciertos descansos emocionales y delicados, Molly’s Game es una de esas bandas sonoras que nos contagian de su diversión y ritmo, llegando más allá de los altavoces por los que la estemos escuchando. Es una de esas bandas sonoras que me reafirman en que los sonidos modernos y electrónicos, no sinfónicos, e incluso con ausencia de melodías, tienen perfectamente cabida en este mundo de la música para el audiovisual.