Así se podría calificar la ópera prima de Curro Velázquez tras las cámaras, una comedia de muy buenas intenciones en las que se nos cuenta la historia de un monasterio en quiebra que unos inversores quieren comprar para convertirlo en parador nacional. Será con la llegada de un peculiar misionero castigado por la Iglesia a dar con sus huesos en el monasterio que la congregación se dará cuenta de que la única oportunidad de salir adelante y conservar su monasterio es ganar un torneo de fútbol exclusivo para religiosos, la «Champion Clerum”, aunque tendrán que superar un primer gran escollo: absolutamente ninguno de los que componen esa comunidad religiosa tiene ni idea de cómo jugar al deporte rey.
Con estos mimbres el director nos ofrece un muy buen trabajo tras las cámaras y, aunque es bastante previsible lo que va a acontecer, como dije al comienzo, es una comedia que disfrutaremos si no somos demasiado exigentes con ella, siendo además su humor un elemento que fluye con mucha naturalidad en la historia, con los momentos muy bien escogidos para su aparición, haciendo que soltemos bastantes carcajadas a lo largo de la cinta.
Buena parte de culpa (al margen del buen hacer del director) de que la película funcione es gracias al elenco, en el que destacan Alain Hernández y Karra Elejalde en sus papeles de hombre joven, impulsivo, visceral y enemigo de acatar órdenes el primero, así como hombre metido en años, sumiso y de no querer buscar problemas siguiendo siempre las normas el segundo.
Si a estos dos les sumamos gente tan solvente como Tito Fernández y Txema Blasco o las cosas de El Langui (que se sale también) haciendo de las suyas, como digo, la película gana muchos enteros con sus actuaciones para hacernos pasar un rato muy entretenido, que al fin y al cabo es lo que nos importa a los espectadores.
Música para un milagro futbolero
En su línea de no parar desde hace bastante tiempo, volvemos a encontrarnos con Fernando Velázquez a los mandos musicales de una película y de nuevo (y van…) consigue con su creación darle un plus a las imágenes y a la historia.
De primeras nos vamos a encontrar en la banda sonora con los temas “El Indiana Jones del clero” y “Adios África”, ambos para darnos a conocer al Padre Salvador (Hernández) y sus métodos para ayudar a los más necesitados en los países del tercer mundo, en donde se ve incluso al misionero enfrentado con militares y jugándose la vida. Percusiones étnicas, metales y cuerdas amenazantes son las señas de identidad de ambos cortes (aunque con tintes de comedia en el segundo), así como hace acto de aparición el recurso omnipresente en la partitura de las campanas para otorgarle el aire eclesiástico que la historia requiere.
Con “Bienvenidos a San Teodosio”, para acentuar el tema del clero y divino, será un órgano el que nos dé presentación a la comunidad que será el destino de Salvador como castigo por su forma de actuar y donde le espera toda una odisea.
Estos tres temas del comienzo ya nos apuntan lo que va a ser la línea de la música creada por Velázquez para la película, temas muy específicos para reforzar las imágenes y transmitir musicalmente todo aquello que estamos viendo, sin ahondar en personajes ni nada por el estilo, funcionando estupendamente dicha decisión pero manteniendo muy presente su sello a la hora de crear temas con ese color tan característico que acompaña a todas sus composiciones, e igualmente homenajeando para la ocasión la música que escuchábamos en muchos dramas deportivos de los años 80.
Así pues encontraremos por ejemplo estupendos temas a piano como “La fe no paga facturas”, “El hombre de mi vida” y en la primera mitad de “A los romanos nos los merendamos”, mutando luego a un bonito vals hasta el final, un tema que viene a ser lo más parecido a un leitmotiv, el cual ya pudimos apreciar en un breve esbozo en el track “Estrellita” y que escucharemos en alguna ocasión más a lo largo de la banda sonora. Igualmente hay homenajes a la comedia clásica de los que tanto gusta al compositor cuando tiene ocasión y que podemos escuchar en cortes como “El primer partido” (despiporre total de escena) y “Hay descuentos para grupos”, con ese aire a guateque y psicodelia de los sesenta y principios de los setenta tan característicos en nuestro cine.
También la guitarra española es un instrumento del que gusta Velázquez hacer uso cuando puede y aquí lo apreciaremos en “Munilla cotilla”, tema asociado al personaje interpretado por Karra Elejalde, que realza mucho la secuencia con el contraste que hay entre la parte dramática que el corte propone casi en su totalidad hasta derivar a algo más divertido y ligero al volverse jazzístico con el uso de las trompetas y la batería interpretada con las escobillas.
Pero donde sin lugar a dudas y por encima de todo se vuelve a lucir el compositor es cuando utiliza todos los recursos de la orquesta y así nos encontramos con temas tan estupendos como “Bien de tiki taka”, que a modo de viaje musical, con la aparición sucesiva de distintos instrumentos y sus respectivas secciones, van dibujando la pequeña puerta a la esperanza que se les abre a los clérigos; “Jesus Heredia” y sus pasajes deportivos y épicos reflejados en las trompetas, tan típicos de las grandes bandas sonoras de los 80 que he mencionado al principio, los cuales también apreciaremos en “El foso vativano”.
Muy destacable igualmente es “Nos vamos a Roma”, jugando en su comienzo con los vientos y las cuerdas para pasar a ser el piano el que transmita ilusión y esperanza en su mitad y volviéndose jubiloso y espectacular con la aparición de los metales junto a las cuerdas para acompañar a los personajes hacia su mayor desafío, un tema muy deudor de los grandes scores de los 80 también.
Una de las grandes escenas de la película va acompañada por “Papamovil”, donde las cuerdas marcan la tensión, pero también lo divertido del momento gracias a los vientos, percusión y metales mientras los dos frailes muestran sus respectivos caracteres mientras cometen un acto impensable para unos religiosos.
Y así llegamos a “Munilla de mi vida”, tema que por su título y por el tema que trata la cinta ya os podéis imaginar qué secuencia acompaña. Con oboe, metales y cuerdas sombrías en su comienzo, pasa en su mitad a volverse música expectante a la par que esperanzadora con las cuerdas como hilo conductor y con los metales en un segundo plano, para en su parte final volverse una explosión de júbilo con trompetas y cuerdas llenas de color que dan testimonio de la hazaña realizada por el variopinto grupo de clérigos.
Cierra el score “Que baje Dios y lo vea”, donde el sentimiento de amistad, trabajo en equipo bien hecho, superación y mirar al futuro sin ningún miedo de los protagonistas queda más que manifiesto gracias a las preciosas orquestaciones de Velázquez y su equipo, que sirven para poner un gran broche final a una película que da justo lo que se espera de ella y no engaña a nadie.
Como siempre, hay que agradecerle a José María Benítez que nos traiga una estupenda edición de esta banda sonora a través de su sello Quartet Records.
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